Es un tiempo indefinido
acto provocativo y mutismo
cuando surcan voces los lindes del sentido,
la razón esculpida, los atardeceres en Santorini,
caballos de significados, hechura de alfabetos múltiples.
Unidad que contradice los nombres
evocación pusilánime y escritura compás.
Una araña de versos deambula en el rincón
humedad léxica que arrebata los oídos
al armonioso silbar del viento. Prontitud:
cuan rápido fue tarde para ser ahora
esto que nos llega dicho
¿estaba dicho como fue o fue dicho de otra forma?
No lo sabemos, pero conocemos la historia
del pecado original, la hazaña de los locos, la estrella,
buena, de Ulises, el canto de las sirenas, los epicentros
del terremoto de Osaka, la magnitud Celsius, todo
lo propio de enciclopedias y periódicos.
Y vomitamos palabras porque no entendemos el silencio.
Aún una costa del mediterráneo no puede estrecharse
contra el pecho sudoroso de un campesino boliviano.
Manantial de pensamientos, toda unidad escindida es pobre.
Cuando creíamos que llegaba la noche era cuando saltábamos,
como canguros y también como guepardos y como niños.
Una vez tuvimos raíces como de rábano
pero nos escondíamos en el jarabe para la tos:
nos enervamos y logramos un ruido como silencio
falso, como estruendo de salpicadura de hierro líquido
y nos quemó el acto de enaltecer el honor a la podredumbre.
No es hora de preguntar pero ¿alguna vez dejará de existir
el eco de las generaciones pasadas? Pesadilla
el presente cuyo móvil sigue en píe cuando caemos a las nubes dominicales.
Categorías:Rómulo Pardo Urías escribe