Los abismos de la mente
son terrenos fértiles
¿perderse en ellos
es un sacrificio existencial?
Acaso los años conquistan
esferas de amistades, cobijas
y cortinas de hoteles,
pero las canciones de la adolescencia
escribieron registros amorosos
dentro del maremoto mental.
Contra las bocas de la demencia
espasmosos los cánticos y las baladas
mecen torceduras del alma
que no añoran la inocencia perdida.
Atisbos de momentos naufragan todo el día
porque toda la noche estuvieron en vela
las esfinges de la idea, del amor y del refugio
de los paraísos artificiales, aunque el dolor
es otra cosa que la costra de vivencias
que la cicatriz de los atardeceres
y la espontánea marea de lo no acontecido.
Dichos los arrecifes del pensamiento
mantienen vigentes torturas librescas
¿no es una privilegiada escultura
la que se yergue entre las multitudes
para dirigir los pasos de una revuelta?
Ninguna descripción es fiel a su remanso
ni puede captar la totalidad de una observación
porque los planetas continúan remando
contra el flujo del destino y contra el torbellino
de la perecedera condición humana: divinidad rota.
En el fondo mismo de la cabeza, del ser que piensa,
los escombros de otros tiempos son vestigios
mismos de la guerra y escondite de palabras.
En lo inconsciente, que es lo unívoco del ser,
quedaron plasmados los asomos de un retrato
mitad realidad mitad metafísica desquiciante.
Categorías:Rómulo Pardo Urías escribe