La lógica de la saturación explícita en el actuar digital permite una actitud que promulga un ethos conservadurista y una actualidad distemporánea actualizada ad infinitud. La historicidad que implica el acto de conservar amplía sus horizontes de acción en el conjunto institucional de entidades que promueven el acto de preservación del pasado. Pero la lógica conservadurista no se remite exclusivamente a los hechos humanos, incluye los escenarios peligrosos de los ecosistemas, la disfuncionalidad criminal, las conductas monetarias, los registros cósmicos, etcétera. Es difícil discernir entre lo nuevo y lo viejo en un universo simbólico plagado de referencias a un antes -actitud retro- sacralizado y a un hoy -presentismo- obsoleto con un mañana -futurismo- dudoso. En ese sentido, la digitalidad y sus expresiones convulsionan el rango expresivo humano y asisten a la conservación de un registro, antropocéntricamente hablando, que queda expuesto en longitudes diacrónicas insospechadas e inaccesibles, por una parte, y en una especie de refrigeración cultural, por otra, como una actitud neo y ultra tradicionalista.
Si la digitalidad incluye una formulación de apertura que disloca la realidad materialista, también conduce a callejones sin salida extremosos. La era digitalista, anacrónicamente hablando, no puede disociarse del neoliberalismo y la tecnocracia, pero, tampoco es posible asumirla como una era posthistórica sine qua non es posible argüir una neometafísica de la finitud humana de dimensiones inabarcables, replanteando el ancho y longevo problema de la infinitud y de lo eterno. Si la digitalidad funciona como argamasa constructiva de una globalidad multimillonariamenete poblada, queda deshecha cualquier vía particularista en vías de una homogeneización fragmentaria y rudimentaria de un estilo de vida homologado y franco en términos de la tecnificación cotidiana y del internet way of life. No es exclusivamente la revolución comunicativa la que está presente, sino también la inmensa pragmatización y aplicación de las teorías de la saturación de la oferta, de donde el mercado, denominado global, ofrece una gama ampliada de la experiencia humana que termina traduciéndose en actos de digitalización. Si está en internet existe, de donde el valor ontológico dentro de la neometafísica digitalista promueve a un patronazgo semántico-dialéctal de la vida, en términos de la inconmensurabilidad del medio y de la hiperdiversificación del mensaje.
