El cuerpo como mazmorra
mía, como cortina polvorosa,
teje un manto frío y helado
que soy yo fabricando nada,
que es el mundo envuelto
en abyecciones contundentes.
Escapa al vericueto del sentido,
del éxito y el cambio de vida,
la esfinge total desfigurada,
mi alma pesadilla incierta,
la flama congelante de mis adentros.
¿No somos seres de odio
los que nombramos la noche
cuando despierta el murciélago
en nuestra boca y nos chupa la sangre?
Acaso las sanguijuelas del espíritu
no están todas las eternidades de la existencia
presentes, buscando un aroma cálido, ténue, frutal
que rompa el círculo de su vicio cotidiano.
Pamplinas y rascacielos inmensos, todo es
una masa de estiércol fútil y contumaz
arrebatando al sol el espasmo de una ave
moribunda y a punto de ser devorada
por una horda de perros callejeros.
Todo eso habita mi existencia
mi yo
mi ningún nombre consuela la desgana.
Desfachatez y excesos, olvido nombre y todo
podrido en el vacuo asiento del confort.
Categorías:Rómulo Pardo Urías escribe