Arrecia la hondura
mental, el cálix del dolor,
como tristeza veraniega.
Imposible: surcar las aristas
del dado de la vergüenza,
¿por qué las sonrisas distan
del instinto natural insaboro?
La razón escupe sus voces,
contra ataca la imagen, los
cansados ausentes llamados sociedad.
Contra el vendaval de la juventud
alquilan sus nombres las noches,
como las ventanas empolvadas
de silencio, mugen contra el corsé
del día gris, día que se pierde en la soledad.
Ninguna efigie salpica credulidad,
encima del lodazal descompuesto
por el recuerdo que marchitó
el motor mismo de la vida: existe
en la caverna torpe de la frustración
el acto mismo de decir el olvido es medicinal.
¿Consigue el viento nublar los campos
erguidos del corazón, que en otoño salpican
ecos de bocanadas y fragilidad tibia
de amores imposibles, igual que la vista
conquista una amalgama amarga
del entrañable otoño despedido y cruel?
Sabemos tan poco de la orfandad
como de los abismos del océano
y nos conformamos con amarrarnos los dedos,
como si fuéramos fetiches de una tribu africana.
Categorías:Rómulo Pardo Urías escribe