Aquí, donde las palomas
olvidan sus alas, yazco,
contra mi pecho la rabia
o el rencor absorto a mis contemporáneos.
Agujero soy, soy un trote moribundo
porque extravié mi alma tres mil
millones de veces, porque perdí
la tinta, el papel, el fósforo y el fuego.
Aquí, donde el manicomio es una corta guillotina,
estoy, nadie entre las multitudes
reclama mi cuerpo, mi voz, mi sentir.
Una vez fui una balada amorosa,
un campamento en la playa,
algo que calentó cuerpos y vidas.
Sonríe no temas, quizá lo único es el dolor
de sabernos partidos por funerales y nacimientos.
No sé hacerme un lugar en el mundo,
en este cúmulo de atrocidades,
y lloro, me desfalco a la tristeza, convulsiono
mis párpados y me deslizo por el polvo
de caras y personas desconocidas
que dijeron ser mis amigas o amigos o amantes.
La primavera retoña y con ella este desprecio
de años, de corazones rotos, de almas oscuras,
torcidas, turbias, desencajadas. Desilusión:
la huella indeleble de todos mis presentes.
Categorías:Rómulo Pardo Urías escribe