Cegadora inflexibilidad
como añicos del alma
surca indómita el palacio
del pensamiento extinto.
Lozanía y terror, mismo elemento.
Dentro los maremotos de la imaginación
sortean el abismo luminoso.
Lúgubre y torcida cantinela de llanto,
mordaza, como comida enlatada -al vacío-
sin expediente de caducidad: la vida,
monotonía reproductiva, ansia, tropelía.
Pero las noches mantienen figuras y cumbres
de barros antiguos y remotas tribus,
porque instamos al dolor a pedir perdón
y sabemos, cruelmente, que las uñas
no dejaran de crecernos después de muertos.
Y reímos. Lloramos arqueados por la tragedia
-que es la nación despilfarrada- para dilapidar
los sueños en cansancio y torrentes de vaho
-neblina del alma, carburación motriz de los adentros-,
porque levantada la silueta del universo
nos carcome el trance de agujerar el cielo:
con la metralleta de las memorias y los atardeceres.
Y fingimos, pero mustiamente, que sabemos
para acumular títulos y nombrarnos. Y creemos
porque la esperanza nos nutre sin abandono.
Perdíamos los minutos en canciones de amor
y ahora encontramos el rompecabezas de la existencia
como torpe fragmento arqueológico no estudiado.
Categorías:Rómulo Pardo Urías escribe