Corto es el andamio, el lenguaje
de las cuevas interiores.
La chispa entonces es toda
inquietud veraniega: ancestros
mutilación y ojos que ven recuadros.
Ansiaste un techo para tus ideas
¿cómo fue que hundiste tus babas
en el lecho del espíritu de las letras?
No distinguimos al hombre del mono
ni a la mujer del espanto
porque vivimos un tramo de cielo
enmohecido, como terciopelo quemado
por todos los corazones rotos,
igual que todas las vajillas rotas o quizá
el anteojo roto que me impide verte.
Encima del libro manido, de su lenguaje,
no es hora de pensar o argüir
un destino firme y despiadado,
porque los otoños navegaron
hasta el intersticio mismo de tu alma,
surcaron tus alientos las ríspidas formas
de un sueño indómito y rancio, como psicosis
de química corrupta y adulterada. Rasgo de ti
un algo de esta tarde, de este nombre,
de la habitación misma donde reposan
las mariposas, las soledades, las infancias,
incluso donde el caracol es el pigmeo
náufrago de la lluvia y yo conduzco
al atónito signo de tu alfabeto. Acaso
el desierto sea más cómplice tuyo
que la insignia propia del dolor
que traigo, entumecido, colapsado,
por no saber leer en tu canto
otra cosa que el insípido roer del día.
¿Cómo sabías que los lunares del sol
mantuvieron viva la hoguera eterna
para que un día asaras mis poemas
y quemaras los versos más siniestros
de un hábito torcido y torpe, crueldad
desde nuestro lenguaje mortuorio?
No es asir los años ni conquistar huracanes
la clave ignota del fracaso, quizá lo sea
perder una pocilga a cambio de un peñique.
Categorías:Rómulo Pardo Urías escribe