Bueno, podría creerte
pero no, porque es
una vez que conté
los números del sonido.
Porque una voz, una boca,
mantiene erguida la faz
del sillón donde fajamos,
pero espera, esto es un arrabal.
Cual cicatriz mi corazón
cual memoria tu vestido
cual espécimen nosotros.
A cambio del cambio de atuendo
la multitud vulgar, el vulgo llamado
te quería introducir en mis espejos
pero logré notar que no tengo clase,
más que la de nacimiento: absorto tiemblo.
Con el ácido del trotar los segundos
espero, porque una mañana aguardaba,
llegaste, subiste, ataste mis manos
con el cordón umbilical del erotismo
y me fui a las lejanas tierras del espejismo.
Nosotros, quizá, una vez, nunca, dijimos algo.
Tu manantial relució los efectos
de mi ramplona estética, verbalizada, canibal,
como si una vez los perros atropellados
en las carreteras se levantaran a mugirnos
convertidos en sus almas de vidas pasadas.
Karma, instinto, saciedad: contra marea y eco
fluir que es esta pensión alimenticia del desprecio.
En la economía individual de mis sentimientos
fluyes como río de sabiduría ignorada y te nombro.
Precisamente eres tú un nombre encriptado y fiel,
mutis, falacia, tautología amorosa, como mi fecalismo
afectivo, como mis borrachera emocional,
como el trino churpio, salado, improductivo,
que insulta la necrología anfitriona del torrente.
Eros que vomita y yo que me trago los restos
óseos de mi estructura pasional, aún encima
de las torres redacto ramilletes decolorados
de versos insufribles y caprichosos porque
una tarde andaba pensando que era tarde
y me decía a mi mismo: todo yo soy una dialéctica
emotiva de escasos recursos económicos y poca
credulidad porque soy un lupanar de emociones.
Categorías:Rómulo Pardo Urías escribe