Proclama una personificación
el ser y sus desperdicios, porque
dentro del universo -como clavel
rojo y seco en un vaso enmohecido-
abandonaron las esquirlas de virtudes
a la suerte, que usaba un patrón
algorítmico para distraer las almas.
Existen porciones de experiencia
intransmitibles, existen, en el huerto
del interior, también rayos de luz y
prefiguraciones oscuras, como máscaras
africanas -la serpiente emplumada no calló-
para que las fuentes y los jardines
escriban su paciencia en nuestros rostros.
Actuamos y los actos comulgan con el destino.
Sonríe la flor y el silencio conquista
-ápice de esperanza llamado amistad-
porque una vez escuchamos un cuento
donde mencionaban una canción
y un hombre tocaba la guitarra
para que una niña -mujer de cuerpo
pornográfico, pero inocente- durmiera.
¿Es polvo el residuo de los huesos y los días
que recorren las islas secretas del tedio
y los sonidos de la muchedumbre sabatina?
No son oasis espirituales ni panfletos sexuales
los que desmienten una cristalina y opaca
torcedura del existir y los alientos invaden
la cofradía binocular del amor y sus fantasmas.
Dicen que hubo un árbol del conocimiento
y dicen que rompimos el surco inocente del saber
y dicen que todo fue la pesadilla cierta
del destino bífido, pero los libros remueven
las cicatrices de las épocas infecundas.
Categorías:Rómulo Pardo Urías escribe