Esfumarse como hábito
un torrente de voces,
ajetreo encinta del auto,
mecánica y derrumbe
de los buenos modales.
La civilidad arremete
contra el tejido cotidiano: realidad expurgada, muchachadas,
cantos a la rendija oscura donde una rata promulga
la rebelión de la basura. Ennegrecida la colina de edificios,
mortandad el aliento de cigarrillos
quemados, como los dientes y las manos,
quema siempre y monóxido de carbono
por doquier. Versificar, podrido instante,
la curiosa marca de concreto. Añoranza,
quizá la naturaleza que nos abandona,
hoy que ruge, mañana que cultiva,
igual que mariposas en parques industriales.
Todo tronado de cristales, todo roto,
encrucijada vacua el cruce de cebra,
los niños sonrientes, juegos y domingos
en la fuente, todo con el orden citadino:
fragilidad inmensa del hombre por el hombre,
culturas ancestrales que roncan en nuestras orejas.
Los días escupen horarios y el tendón céntrico,
corazón y decibel esquelético, nos mira desde una plaza
trazada por el ingenio de Vitruvio. Eso y más la torcedura.
Categorías:Rómulo Pardo Urías escribe