La potencia
olvido
soy.
Existir
caigo
a este tropelía
demiúrgica:
mi demagogia es la perenne
invocación a la luz.
Pierdo, consigo,
inflamo, atosigo, silencios.
Rotas las generaciones
en mis ojos no existen
vidas de otros siglos,
no existen mutis ni gesticulación
precisa que adoren
la axiomática del sin sabor.
Nadie es más que una pizza dominical
pero a cambio del acto sexual
este tibio reclamo de poética olvidada,
no es más que la injusticia del pensamiento.
Escrituras vienen y escritores mueren
y todo lo escrito comulga con el silencio
y con el ruido
y con alfabetos latinos y con grafías.
Roncar esta madrugada el nombre
del destino, que es un reloj de arena,
salpica siempre una silueta gris en mis adentros
como de salchichón literario, la cúspide
irreverente de una fodonga mecánica escritural.
Tiento, siempre, guardar, este ahorro de autores
y años y las energías podridas de mi juventud,
fuego, carcoman siempre los intestinos dantescos
del presente, sueñen siempre, mitad laurel mitad estiércol,
con la rendija que conduce al trabajo y la fama y el dinero
y mujeres exuberantes y qué más pamplinas reforzadas
con el látigo inverbe de la longevidad. Rompan todo
pero eso sí, no dejen de anunciar la caída de los tiempos
en su cine favorito. Pierdan contra el rumor de las caricias
los segundos en los que una madre les diga no me dejen
y ustedes simplemente tomen su camino e invadan
los límites precisos de la pureza raquítica de los fanatismos.
Categorías:Rómulo Pardo Urías escribe