Ya no miro al cielo
para no ver estrellas
y no pedir deseos.
Miro al piso, sometido,
subyugado, absorto por
las determinaciones sociales
de un mundo corrompido.
Ya no sueño, ya no canto,
ni compongo armonías,
soy un ladrillo más,
un papel de baño usado,
soy el escupitajo de un narco
a su víctima, soy el desgano vital
de los sentenciados.
Aquí,
donde escribo los vestigios
de la más honda tristeza,
recalco la desolación
del castigo de nacer.