Cuando la balada invoca
este ritmo cruento
somos —esquirlas de tiempo—
amalgama de frutos: certezas
el reclinar la escucha
hacia el sendero —mística envoltura—
espiral quebranta sueños.
Incumbe a nuestro viento
—alma fugaz contra el espejo—
la risueña tempestad, melodía,
signo, seña, que es nuestro arder
—mutismo saltar rendijas imaginarias—
contra el pendón mustio del amor.
Solemos habitar los rincones
de canciones esbeltas —¿acaso
olvido te nombramos ley?—:
surca un sujeto colectivo
nuestro terraplén histórico,
como estamos aquí, cantando
—si es tu voz la mía respalda—
lo que del invento constriñe.
Un día quedamos sintiendo
que los laberintos son siempre
el estruendo del día,
los rayos de luna, imbéciles,
que nos devuelven la humanidad,
aun así
invocamos tropas de actos
al bailar contra la marea cotidiana
—si mitades nos dicen
entonces también unidades
nos esconden en la acrobacia
del silencio—: angostura infinita del verbo.
Categorías:Rómulo Pardo Urías escribe