Uno recuerda
ocasiones
en palpitar
de hierbas.
Aromas crecen
fugitivos.
¿Decimos años
que son silencios?
Andamos.
Una cuerda
corrompe
la lontananza.
Adiós
expresar la forma
escueto transitar
mascullando
el elixir del tiempo.
Cronofagia
emblema del alma
ansía, siempre
terminar
como dado
cuadrado:
dislocación también
la certeza disímbola.
Una vida, dos instantes,
tres mitades de quebrantos
nos inducen a decirnos
te amo ¿nos amamos?
Nunca, tú no fuiste tú,
fuiste otra, igual enigma
que guijarro, igual manto
que desvelo. Piedad
escupir osadamente
infamias a las juventudes.
En otras edades
medimos nuestra vida
parecemos también
ocasiones rotas,
pérdida este soplar
a la invención
los espejos truculentos
de la envidia. Destierro
de voces, languidecer
la visión, tormenta
infalible este escondite
que desde la rendija del aire
colinda con los quereres.
Tampoco había alternativa
y todo comulga con el ruido
espantoso: ¿qué de verdad
hubo en la distorsión
si la psique destruyo
desde el principio
el principio del placer? Vida
exclama tan pronto sacudas
los escombros lúcidos de otras
consciencias. Aquí donde esparcir
ideas es cortar el diálogo,
aquí donde camina
una ideología pútrida,
aquí, anacronismo insufrible,
aquí yacemos todos
contra la ventisca soporífera
de instantes carcomidos.
Famélicas cumbres de fama
nos impelen a la acción
¿dejamos de vivir amando?
Soledad es la moneda
que nos escribe porciones
de las noticias en este infierno
de todos los manantiales
noticiosos. Aguardamos mitades
de almas, horarios, eventos,
aguardamos toda la frenética
conducta que nos sacude
la violencia y nos inclinamos
ante el protector instinto
de la esfera que nos atrapa.
Mundo odiar es también ser parte de la vida.
Categorías:Rómulo Pardo Urías escribe