Grité, grité, grité
grité desgarrado
grité, con la mente
resquebrajada, grité.
Tu nombre era mi mensaje
¿cuándo alguien
me ha escuchado?
Tarde fue demasiado pronto:
perderte seguridad de mi vida
¿con nuestros amores imposibles
de vidas pasadas, también imposibles
eternamente, viviremos?
Grité, una, dos, tres, Dariana te amo.
En vano,
grité,
torcido
del alma,
rengo sin ti por ti.
Contra el mundo, grité.
Absorto en un dolor indescifrablemente
inexplicable, grité, como un niño
abandonado, en el fluir constante
de todos los tiempos.
Mi grito fue mal interpretado,
a menudo, mi voz, mi hacer
con palabras, carece de sentido.
Y contigo —ya no grito
pero lo hice por años—
Aprendí a escribir
una geografía dolorida y solitaria.
Grité, grité, grité,
como si fuera pedir un deseo
al universo, grité hasta el silencio,
tu nombre, Dariana te amo, grité,
sin miedo. ¿Es Dios quien escucha?
Entonces una pesadilla, ya más realidad
que fuga onírica, fue más concreta
más cierta, más destino ridículamente cruel
sin que pudiera amar algo,
alguien, que eras tú, Dariana por los
minutos de los años estos sin un nosotros.
El día que Juan Pablo II canonizó
a Juan Diego.
Categorías:Blogging poético, Rómulo Pardo Urías escribe