Disperso mis segundos
radicales como truenos
veraniegos por la rugosa
esfera de mis pensamientos.
Lóbregas disquisiciones
sobre epistemes y ramplonas poéticas
invierten su capital cultural
en mis adentros.
Extravío es el destino tierno
de una bíblica ignorancia
como nubarrones en el corazón,
como oscuridad iluminada
por el rayo rotundo del ignorar.
Esparce en la conquista libresca
la esencia propia de Babel
su manto indómito de lenguas
y voces, porque allá había un cielo
y aquí es un grueso papel luminoso
lo que queda de la pesquisa.
Invocar ancestros dudosos,
ideas trascendidas,
inducir a un coma intelectual
la caricia de la escritura alfabética
dieciochesca es inducirme a una filología
falsificadora. Escueta acumulación
de materialidades dudosas, mas
el racionalismo aguarda
en los anquilosados terrenos
de la gramática de Port-Royal
y la lógica de Aristóteles.
Pamplinas historiográficas,
esto no es un verso,
ni quietud es,
es el siniestro cataclismo
de las letras perdidas,
el trayecto que va del signo
al argumento, de la filosofía
a la lingüística, es el giro
de un estructuralismo imposible
por caduco: el mío que no evoca
a Barthes ni a Todorov ni a Greimas,
que no sabe del curso de lingüística general,
que rechazó el culturalismo boasiano,
porque al final esta cadencia,
este ritmo entumecido
por autores y escuelas,
es nada más que una distorsión unívoca
de realidades frugales por sensacionalistas.
Esto no es un verso,
no, no es poesía,
es quizá la mente intelectualista,
formalmente ideológica,
cristal de ofuscación y tristeza,
porque al final no interesa
el canón hispánico, ni importa
tampoco Leissing ni Goethe
ni Herder ni Schlegel ni mucho menos
los franceses. Importa sí un recuento
del criollismo baladí, importa
quizá dentro de miles de letras,
el liberalismo de Smith y también
la raquítica espuma de los marxismos
imposibles. Inválido transito los recovecos
insalubres de multitudes abrigadas
en la conquista del espacio. Frialdad
heredada es la cornea que indago
en las poéticas marchitas.
Los rusos tampoco están aquí.
No, debía omitir la lectura de Habermas,
porque el referente es algo que ya no existe,
porque al final no interesa leer interesa vender.
¿Mis seguidores existen más allá
de la columna vertebral que hilvana
mi humanismo raquítico y postinternético?
Colapso el abigarrado corpus periodístico,
periodos, tinta, papeles de luz,
totalidad de un enjambre quebradizo,
el mismo acto de quebrar la inteligencia
con terminología científico-filosófica.
Al final será tarde cuando llegue el culmen
de los sentidos. No, mi empirismo es incontundente,
flácido como pordiosero que entra a un banco
pidiendo que le den una coca-cola.
Perdón, si Dios me ha quitado o me ha dado
o ha fertilizado mi desprecio, perdón
si hubo maquinaciones euclidianas que no cumplí,
perdón, relativismo cultural, no soy digno
de llevar el título de poeta o de demiurgo
o de ideólogo o de filósofo o de pensador.
Todo es mi chatarrismo cultural
este basurero torpe, mudo, egoista, aislado,
cruento sí porque abandono el I Ching,
sádico, sin conocer a Sabe, neurótico, raquítico,
esperpéntico, falsificado, como billete nacional
o de importación, trozo, al fin, de silencio
que sucumbe al tétrico espasmo de vidas
monumentales. Adios divino mito
del saber, racionalismo mitológico
del presente y la historia de Occidente.
Adiós máquina reverberante de voces,
me quedo aquí, cociendo arroz, evaporando
los preceptos luzanianos, implorando
que entonces conocer sea menos que el pecado
mismo del que Fromm predicó tanto,
del que tanto se dice, de esa inteligencia alemana
potencialmente inexplorada. Adiós
máquina de verbalidad, te dejo
porque me quedo sufriendo el agandalle
de un numen cardiaco, de una narración
fruncida y arrugada, este relato que es
más que un terror yanki-islamista,
una consagración a la estupidez vigente
en este hoy que induce al fastidio
a la idiotez del entretenimiento.