Contra el reflejo de la complejidad
absuelta la duda de su esquirlas
años son gubias
silencios manantiales.
Ruinas de vídeos
alquitrán de siglos anteriores
la visión ramplona, inquebrantable
del progreso. Mutismo, maldad,
una cicatriz reflejo demiurgo
teatralidad este escenario desvencijado
de caricias. Tumefacción así
navegar los tendones del aburrimiento.
Sueño complicar axiomas insalubres
por esta desquiciada rendija.
Motor matar el meteoro del dolor.
Antiguo horario de lunas y tenebras
en cinta la idea, preñada sí
de un arrullo raido y galopante.
Murmaramos también un complejo
insomnio, conquista, soplo,
insuflar los instantes de rocosas
imágenes superficiales.
Cada memoria esparce en otros
un tiento que es su bocanada de recuerdos.
Pérdida igual esta ideología ya caducidad
de una generación putrefacta.
Hacemos como las olas
una planicie de rencores,
pero caemos callando
en la esbelta prontitud de los refugios:
céfirantes de indómitos enquistes
—como esta cultura de letras que es
una práctica de roturas y embalsamamientos
librescos— dentro de los panteones
arribistas del ser. Un horizonte
que es lo inmenso contando
una finitud inabarcable,
impele al acto desdicho, dibujante,
del sacar al sol sus resquicios teológicos.
Invención raquítica, igual que
ácido —¿o ha sido?— el ser
lisérgico —doméstico—
fortuito —encabalgado
al logos fatalista—
demarcación constante
el ombligo terso de los lenguajes
prohibidos. Columna, vertebración
escupir tampoco es
rendirse a la marcha contundente
—escritura salto, ¿eres?—
insufriblemente corrupto
el espejismo —reflejo—
de la complejidad. Absorción
como si pudiéramos
renombrar el desindianizado
momento del nacer,
como si fuéramos aperturas
de hojas y gremios papeleros
—porque poéticos no,
literarios no,
históricos no—
escritura, sí, de tentar las ramas
del saber —cognitividad ¿esgrimes
aducir el cronométro de las formas?
estructura— por el amar
y el amor
de los amantes —amo también
esclavo— esclavitud a la ciénega
de los prófugos cantos. Dormir.
Como del reflejo la complejidad
de la marometa el asalto
al infinito troquelado, enlatado,
desfigurado, columnizado,
perdón, sí, no, ¿es tarde
para indagar los residuos del festín?
Si los filósofos piensan
¿es pensar
una intuición
del instinto
la estructura cansada
de los alfabetos?
Antigëedades mi sombra y mi nombre,
un nombrar tampoco los asideros
ridículos de los pantanos urbanos
—contra revolución autoinductiva
de las esferas truncas de mis ojos—
visualidad que ronca
los olores enmohecidos
de Aristóteles y Platón.
Era donde la cama decía
complejidad obtusa,
memoria de grises
emblemas —como de ciudad
atmósfera corroida ¿smog?—
también la contaminación
visual, insalubre acto —verbalización—
torcedura y símbolo
en el arrabal conflagratorio
de una orgía que es más ignorar
que destruir las formas simbólicas
en el aposento de la pulcritud eterna.
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