Desde los horizontes del ser
las existencias componen
adelantos y fealdades.
Hubo una esperanza
de salir del instinto
y abrir la puerta
al desconsuelo… pero
la inocencia pierde,
de tiempo en tiempo,
su azul manto, su troquelada
imagen —existimos
si acaso las sombras imantan
nuestros años primeros y últimos—.
Separar la esbelta consciencia
de sus influjos y sales,
como del saber rincones
y abismos, es también derruir
de la canción eterna el silencio
y de los cielos frágiles
la lontananza invisible del amor.
¿Siempre es hoy también
un paso que abandona
en su devenir, entre la fortaleza
del misterio y la debilidad del instante,
imágenes desdobladas a través
de comunidades y sabores
a nostalgia perecedera? Nunca
es también mañana para el interior
que demarca hasta el hartazgo
la fábrica cierta de recuerdos.
Tenemos asombrosos aparatos
que inducen a creer en materialidades
efímeras, porque somos como bestias
ahuecadas en la tempestad de la vida
y escondemos en las hogueras
todas las posibles fotografías
inscritas en la escritura del tiempo.
Carecemos de asombro
hoy, como aquellos primeros
homínidos carecían de vocablos,
pero no sentenciamos la narración
de los árboles porque al final
mantenemos viva la ilusión
significada en el estandarte
de la luz y sus extraviantes rendijas.
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