Despite en cinta cabeza mía
terso imán, ser un nadie en el mundo.
Espejos tuercen mi pasado.
Languidezco, siempre, constante,
agónico y espasmoso: silencio.
No hay esperanza, todo es un final
que no llega, un arrepentirse
incesante, fatiga la totalidad de las aristas
insertas en mi cuerpo e ideas.
Apenas comienzo a olvidar
y ya es tarde otra vez
para decir perdón. Conquisto
sí los lunares de los márgenes
porque no merezco si quiera
el margen seguro. Soy si acaso
ningunismo panfletario, este odio a
los grandes jóvenes. Pequeñeces
cifran mi andar, torpe, lento, quiero desistir.
Una vez pude cambiar el mundo
y empeoré la vida, sí, es tarde ya,
la pesadilla abrió hace muchas primaveras:
inocencia desfigurar los recuerdos.
En el asombro de la distorsión escribo
los vaivenes del sol, escupo los añejos
y extraviados rencores de todos los tiempos.
Soy un nadie, un nada, un espejismo,
un enfermo sin cura. Me llamó el destino
su fábula, su certeza, la pesadilla cruenta
de atrocidades sexuales y un millón de estrellas
—millones de dólares despilfarrados, pagados,
sí, no sé vivir, no se escribir, no sé decir—.

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