Otra vez inmerso —modernidad ya abandona
este raciocinio— en el desquiciado instinto
aristotélico, intuyo querellas del siglo XVIII
como pastelazos en el ring del silencio: sentido.
Con lo jesuítico —padre Mariana, historiador
de las Españas, ven, vení, a mí, de mí…—
luzaniano, inmiscuyo en el acto sonoro,
bjorkiano, una memoria quebrada —sonrían
cabrones—… absolución insufrible
de literarias desproporciones.
Caótica caotización caotizar —Real Academia
cumpliendo 300 años, te induzco a rastrear
mi lexicografema—: aspaviento soltura
esta matriz derruida, racionalidad ya postinternética,
lánguida, corrupta, corporación de miserias estéticas.
Estos resquicios eidéticos en mi palimpsesto existencial
otra vez constriñenme —mío, mi ningunidad. Retomo por si caso
el síntoma nomotético —pagan poetry, indagando
presencias fulgentes— que interesa a nadie:
ningún otro signo compone la musicalidad, si acaso
entonces, vuelta de tuerca, pitoliana traducción,
daddy you are a fool to cry—¿los Rolling o los Beatles?—.
Querella entonces —non sanctis mundis punctum—
una falacia latinista, esgrimida la sentencia:
en pos de un maestro el tendón de Aquiles —Homero
¿por qué me abandonaste? Un ácido lisérgico puede
matar tu alma— de mi corazón herido para ser
oído herido, talón herido en trance de hikuri —peyotl
lophophora williamsi, dice la scientzia—.
Oscilación de esta controversia —polluted-self—
50 décadas de karate coreano, cosa fácil o peor aún
el endecasílabo garcilasiano no estudiado —porque
tampoco al inca Garcilaso se estudia—: el maestro
fallecido, ego contaminado, desabrida descarga
de discografías populares del siglo XX.
Dije entonces nunca Bjork fue escuchada,
quería otra antropología, otra fenomenología,
quería otro logos, existir. El tiempo nuevo
no es novedad, dicen por ahí: we have never been moderns.
Ya es muy tarde y pierdo la paciencia, escupo
tecladazos en esta pantalla hostil.
Regreso al tiempo, retrospectiva
ansía, sí, hoy no existo, no mañana, sí
tampoco, es decir: otro logos, como sitio
eurocéntrista, falacias, en mi aporía
del ser, incansable, flácido, tenaz…
Mis retazos inquebrantables, de la vida
rotos, retazos, sí, quebrados, también,
esta poltrona, leyendo de pluriversos,
después de entenderme, nimio jovenzuelo,
mozuelo, anzuelo, en la res publica literaria
la res pubica literarum, universo óntico,
sí, porque tampoco terminé Nezahualcóyotl,
pero Luzán me infertiliza, me racionaliza,
—polluted-self— ego, sí, contaminación,
nunca el purismo fue tan innecesario.
Los Rolling fueron, siguen siendo, vida.
Los Beatles, mito necropático, necropatismo.
Soy heredero de la narcopornotecnodemocracia
al estilo United States. Hoy que la derecha dicta
otra vez, otra vez, esta pesadilla,
absuelve el ritual protector. Muere entonces
mi ser Tae Kwon Do alguna vez, hace años, sí.
Hoy —pagan poetry, canción de autora islandesa, mujer
famosísima— impronta fébril, ya un año sin tocar
la guitarra, la luz, la luna, pesadillas embalsamando
mi recinto cruento. Dos décadas, es decir,
una juventud, pornobiográfica, adiós, sí, fue tarde.
Ya no interesa más esta retroflexión, es tan poco
el sentir —silencio:sentido— que a cambio de
los insignes tintineos de memoria
hoy puede ser el momento de nadie,
mí momento: en este decir eurocentrado
neoligista, onomatopoiético, creador de un ser.
There’s no answer: das kapital. Guten Nichten.
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