Como silueta de sombra
la vida
escribe intenciones.
Como de océano profundo
el corazón
los años vestigio de silencios.
Una imagen nos inunda
los tumefactos recuerdos.
Cúpula de los ancestros
nos escondes al asombro
si de la ingente caminata
nos arrebatas los quistes
que son nuestro pasado
y nuestro futuro en tregua
dentro del armonioso relato:
máquina inserta en la fébril
cintura de ideologías chatas.
Frenamos los instintos
cada vez que el misterio
nos elucubra el alma
como chocolate derretido
nosotros en medio del bolsillo
de Dios. Nuestra mirada turbia
de enojo nos impele a seducir
a la vagabunda esmeralda del sol.
En cuanto queda congelado el aliento
nosotros embelesamos los rincones
de la marioneta que es nuestro canto.
Pérdida el cincel pordiosero
de nuestro lenguaje, pérdida
la salida al salto de la vida,
périda el abismo donde vuelan
imaginaciones torpes y famélicas.
Así es… una mortuoria señal
nos indica el camino del paso
y pisamos los átomos desvencijados
de la locura, del perdón, del tiento.
Arriba nuestro la sombra de la Historia
esconde sus gubias de tiempo y ardor,
heoricidad la amalgama de los ayeres,
el pendón refulgente de los astros,
la lira enblemática de los sin nombre.
Esta versificación no expurga los límites
ciertos del porvenir ni asombra con su pelo
la fragua de los destinos, la melancolia
de los asombros, la industria personal
de un sujeto extraviado en lenguajes
parasimbólicos. Eso que nos representa
la angustia podrida del yo es como un cuchicheo
que embelesa la forma del decir: nombramos
puercamente los instantes que devanamos
en el precipicio del ser porque al final
de los años, al final de los paseos
en el territorio de la inverosimilitud,
el quiste del lenguaje nos engulle
de la misma forma que engullimos
al ser niños las porciones visuales
de lo desconocido… y así escapamos
a la condición rutinaria de la crudeza
insignificante que escribió en nuestro espíritu
el designio flagrante dentro nuestra conquista.
Al final el tiempo nos rejurgita
al horizonte perdido de la inconstancia.
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