Si ustedes deciden
arrinconar su deseo
en los límites del sonido
decidan venir aquí.
¿Qué hay en la comarca
de estas palabras? Hay acaso
una salida torcida a la realidad.
Sí, es tarde para erigir monumentos
pero en el fondo del sin sentido
exclama la perturbación literaria.
Cada húmeda tarde de verano
es una pincelada de confort
cuando queda cifrada la compañía.
Todos los remilgosos atuendos
de la apariencia se extinguen
en un derretir las aristas de lo inefable.
Cansada la música del universo
es una fuente de misterios.
Pero esta escritura no es religiosa,
este templo no es sagrado,
es más bien una invasión del día
que descubre las asombrosas
sinuosidades del viento.
Esta escritura no es de Dios
ni divina
es por el contrario
profana en el existir del horizonte.
Si representa una lugar de oficio
es porque se intenta condensar
en las maromas de versos libres.
Porque si la poesía es expresión,
canto y reverberar de imágenes,
este templo indica senderos
para auscultar la marcha
de los segundos implacables.
En este templo hay, sin embargo,
silencio y ruido, caos y orden,
sigilio y vértigo, hay lunas y soles,
hay presencias femeninas
y hombres de miles de siglos
envueltos en la capa de lo eterno.
En este templo no se ora el credo
se construye, en cambio, la letra,
el nombrar, la voz de los instantes
que desenlatan al corazón
en múltiples sonoridades.
En este templo hay infancias
que de viejas conquistaron
insalubres paraisos y hay vejeces
que deambulan en su embrión
de sentido y significado.
Este templo parece un mercado
que subasta alegrías o tristezas,
donde se extienden en palmos infinitos
las sonrisas del mar y los estruendos
del rayo. Hay maremotos de amor
y fracturas de ternura, hay también,
por si faltará el don del lenguaje,
traducciones de caricias.
Todo este templo, que rige las concomitantes
esferas de la teatralidad sonora,
es al tiempo un vacío y una plenitud.
Contra el espejismo cruento
de realidades desfasadas,
este templo no induce a trance
alguno ni tranza el oído, sino
embeleza los idiomas ocultos
en el fragor continuo de los aromas
y las lecturas, de los señores y las damas,
que en el territorio desvencijado
de la duda también son recuerdo,
escritura, asombro, dolor y cariño.
Porque en el indicio certero
de lo impreciso hay escondida
una tersura de luces y un calor
que se esconde y expresa
como llanto de bebe recién nacido.
En este templo hay todo eso y también
la interrogación de la violencia,
el desciframiento del código mortal,
la constatación de un orbe siniestro
que aquí reposa de su injusticia.
Todas las mañanas esta construcción
cambia de figuras, gime esbelta,
en su prontitud métrica, anunciando
solamente las porciones en encubiertas
de lo inalcanzable. Todos los instintos
vueltos instantes quedan transformados
aquí en un móvil inocente y es el motivo
de las diasporas verbales y la atmósfera
onírica la que investiga totalidades
que encierran las elipsis de lo indecible.
Este templo escrito, que es más que escritura,
es también una forma de soplar
adentro de las fauces luminosas
que encierra el destino fútil de la onda
alfabética. En las señales del templo,
en su semiótica y su semántica,
marchitan cada sismo verbal
las condiciones de retóricas olvidadas.
Porque en los emblemas que esconde
este templo es también el cementerio
de los deseos y las pulsiones,
del resentimiento histórico, del lote valdío
que se extiende en la sin razón
destructiva. Porque aquí, lo escrito
no es tiempo ni espacio sino
significado, como en el rayo de sol
la luz no es estructura sino elemento.
Así, en el intervalo que oscila
de la letra a la lectura
este templo desmantela la cobija
tejida por universos paralelos
no identificados… y ahí es donde
palpita el asombro de una expresividad propia.