Hay formas del olvido
que son involuntarias
y otras son constructos
del poder. Olvidamos acaso
porque el significado
de los hechos nos es ajeno
o intrascendente. Pero cuando
el poder hace olvidar
el tiempo corre progresivo y moderno
siempre buscando lo nuevo
y el olvido es entonces omisión.
Omitir la crueldad y el desenfreno
no es meritorio, pero se hace.
Olvidamos a veces fragmentos de la vida
como se olvida que el silencio
alivia pero puede perturbar.
Como silueta de los ancestros, de las marejadas
de gente y de las migraciones, el olvido
cobija lo peor y lo más instintivo.
Omisa la circunferencia de las generaciones
esconde también nombres y personas
que no signifcan más que estadísticamente.
Sí, olvidamos y entreveramos el juego
de lo omitido con el de lo memorable.
Hay mucho que no se sabe porque se olvido
y hay mucho que se ignora porque no se ha descubierto,
pero el olvido actúa siempre bajo
la cortina de los accidentes.
Nuestra voluntad es un ápice
no divino, porque en el final del ser,
en la teleología unívoca de lo mortal
olvidar es matar y matar es anular.