Lanzo en mi fuga de la eternidad
esta barbarie de sombras y estímulos.
Por cada anhelo extraviado hay un imán
trastocando los insanos derroteros
de mi psique. No importa el tendón del lenguaje
dentro del océano de selvas e incendios
pues me define la ausencia de la tribu.
Un anterior relato —enigma de otredades—
invoca las latitudes indecisas e improvisadas
entre el tejido imaginario que soy
cuando soy el publicista del desconsuelo.
Si en el horizonte —inalcanzable—
la rima de las lenguas son besos
en la extraña marea de las generaciones
soy un ápice de silencio, una prontitud
quebrada. Anterior a las vajillas rotas
en las peleas domésticas
hubo amor, hubo deseo, hubo verdades.
Hoy el huracán de la tensa maniobra
envuelve el eco púrpura de mis adentros.
Estoy en medio de la vida y respiro
los actos indemnes de esta pesadilla.
Turbia escribe la juntura de mi alma y mi cuerpo
los límires imprecisos en este simulacro
derruído. Sonámbulo mi idioma es grisura
en el terso axioma de la indecisión.
Totalidad: este veneno traducido en poltrona
es el signo esbelto de mi conspirar contra el sentido
equívoco de la afamada grandeza inalcanzada.
Me mutilan los recuerdos. Me cegan los símbolos.
Insto acaso a una hermenéutica fútil
a que derribe los nombres de mi interior.
Todo escapa a su forma en esta estructura
desvencijada y arqueológica. Un miedo asoma
sus narices al cocinarse la fragua
de una versificación autoreferenciada:
nada dice —nada al mar y al río la memoria—
para los alegres triunfadores. El fastidio inconsciente
inconsciencia de un presente inabarcable
responde sigiloso al escalar la cima de retruecanos
falaces. Porque si acaso la ira
de la infancia se fuera
y nosotros nos escondiéramos en el cielo… pero no
no estamos rendidos ni en resistencia
estamos aquí, en este mundo abandonado,
marionetas de papeles que intentan ser mirada.
La observación de los instantes
es el fetiche propio de los placeres.
Ayer, cuando la extrañeza me adormecía,
dije noblemente soy un hombre que gira
en los recovecos impropios de un retórica
insufrible. Siempre hay estructuras abiertas
y cerradas, nunca diálogo, nunca fecundidad,
nunca el amanecer incesante dejará su puesto.
Sin tradiciones ni ritos, sin tribu ni panteón,
sin ancestros verosímiles, soy una fantasía erótica
frustrada o un aliento momificado en su tabaquismo.
Rengo del ser, presionando contra mí
la fibra estéril e indolente con el sentido compartido,
extravío soy, humo soy, tan predecible
como quinceañera de rancho, tan terco y obstinado
como la vida en el animal sacrificado.
Las orillas de los tiempos carcomieron
lo poco que había de mis años dorados,
lo poco que pude recolectar, estas falacias,
estos ideogramas tatudos en mis manos,
esta imprecisa cordura que se arroba en su locura.
Soy un ente innecesario, innecesaria mi voz
exige que las trenzas literarias
queden lejos de lo dicho. No estoy autorizado
ni soy autoridad, soy nada —en el mar de los sujetos
masivos nadan imágenes de mi desnudez—
porque los libros son un cúmulo de acertijos sin respuestas.
Así es esa narración burguesa, ese dolor,
esa alegría, esa rabia, esa enfermedad, llamando
silente al quehacer de los juegos del lenguaje.
Totalidades absortas denotan mitigaciones auxiliares
en el carrusel de hechos perecederos.
Soy nada, nadie, sí, aquí estoy. No vengas conmigo
vuela o vuelve a tu universo de certezas.
Soy la incertidumbre de un talento
asomado a la rendija de la gloria
y en el interín cierto de una escolaridad raquítica
mi oxímoron representa las vibraciones
de los milenios caídos en la civilización.