Muchas voces rompieron
mi interior. La negrura existe.
Heredé el veneno de mis ancestros
y las cobijas de mi infancia
no perduran. Después de ser
el páramo indómito de la locura,
después del esplendor de cruzar el Pacífico,
después de las noches y de amar la luna,
una pesadilla inmensa —mi destino—
fraguó totalidades desérticas: porque
si la soledad enquista
en la piel y el entorno
es porque nada hay dentro
salvo sombras y ruidos.
No fueron caricias ni conquistar
a una bailarina —la más bella de la fiesta—
como no fue caer y doblegarme
a un fastidioso delirio
las instancias que me volvieron
prófugo del presente.
Hoy ya la imagen de aquellos días
esconde en sí
caminos que nunca existieron.
Trunca mi alma, traidor mi instinto,
invertebrada mi esperanza,
este solipsismo me incumbe
porque circuncida mi memoria.
Los tiempos significaron
embestidas o quedarme pegado
a hechos que arrollaron mi psique.
Entonces la bestialidad de la locura
plasmó de negro mis segundos.
El terror escribía en mi cuerpo
todos los días
su balada siniestra y ruín,
las calles eran amenazas,
anclada mi atención en algo imposible,
infértil, caduco y ruinoso.
Pero fui al oriente e intercambiar
collares rarámuris que tal vez
sigan por ahí en algún departamento
en Tokio, Nigata o Matsushima.
Fui a un mundo que me era familiar
para volverme ajeno a mi mundo.
El relato del silencio, que mis sueños buenos
ordenaba como figurines en una mesa,
era desbordante. ¿Casi mi voz se vertía
en el horizonte a cambio del terror?
Eran tiempos oscuros y grises, día gris
entonces, diría Cepeda, arrinconado
entre imágenes que ya no eran vigentes.
En el instante del colapso
que pronto fue tarde, que tarde
llegó la paz, que paz fue
sucumbir y renunciar al miedo y la angustia.
Fue cuando dejé de creer en el amor
porque no había ya luz en mi alma,
porque mi boca solo fumaba
para intentar morir, porque mi anhelo
era volver a un estado previo
ya desaparecido, porque los signos
representaban una derrota rotunda.
Derrotado la vida sugió
como siempre siguen las cosas
a pesar de nosotros. Sabina diría
que no tiene mucho sentido
eso que sigue, pero sí,
todo siguió, todo fluyó, todo fue
movimiento y yo… petrificado.
Hoy no es más que una memoria enloquecida y turbia
la que me incita a saber que fueron días
plenos de sosobra y lamentos,
de llanto, demencia, psicosis y muerte,
muerte de mi espíritu, de quien fui
hasta ese momento. Y en cambio
la luz de hoy es distinta, el aire de hoy
diverge de aquel, los amigos, los sentimientos
ahora se nutren y ya no son terror, ya no son
renuncia, ya no son emblemas del abandono.
Sí, renunciar a la vida es un acto cobarde,
traicionar al destino es un acto cobarde,
doblegarse, hunidrse, perderse, es un acto cobarde.
A veces no hay más salida que esa puerta falsa
donde quedan rotas nuestras vidas, nuestras almas,
donde Pandora abre los infiernos propios
para dejarnos huecos y vacíos.
A veces no hay más que pasar el trance
para entender que nada dejaremos en este mundo
porque somos polvo de otros alientos
que dejan en su camino huellas efímeras.
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