Urgué en las tinieblas
de alfabetos y letras
para indicar el trayecto
de las ideas y los cambios.
¿En un escondite
de silencios habría
una síncopa intelectual?
Atisbé las madejas
inscritas en otredades
como criptograma envuelto
en urdimbres textuales.
¿Para qué?
El logos fastidió mi descendencia
versificada y los astros
demarcaron el sintagma del enigma
porque en la eternidad de lo efímero
navegué las rutas fugitivas
entreveradas con los años,
las fatigas, el peso de los ladrillos
de hojas, de esa libertad insigne
que estalla en la cúspide del conocimiento.
Ante los tejidos y fabricaciones
del lenguaje y los idiomas
me quedé absorto un instante,
que fue sorteo de secuencias:
la vista perdida en los minúsculos
caracteres, en las líneas,
en los renglones, pedía
encontrar el sentido
de discursos anteriores
a una espesa nube de personas.
Desde la personalidad absuelta
del crimen copista
la escritura subyace
como manantial que brota
del continum del lenguaje.
Los días siguen siendo el instinto
de ubicar pensamientos y obras
que plasman voces en un horizonte
de significaciones. Totalidad textual
la fibra intensa de las letras,
insoportable deseo: averiguar
si otros tuvieron las respuestas
al absoluto torrente de cuestiones
que la vida y el mundo yerguen ante nosotros.
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