
Alcanzamos encuentros
cuando licuamos la ausencia
y la memoria, como esa máquina
liminal etérea, divina, nos alcanza
en la colina de la desesperanza.
Otras voces son otras vidas,
si de diálogo fertilidad asumimos
escondemos del silencio la solapa
contraídos en el amén del verbo
la faz constrictiva de las reuniones.
Nos caen a la vista vozarrones
cuando el grito interior
nos consume: mitades cognitivas
esparcen su azúcar remanente
en el tejido lógico roto, saqueado,
ambivalente, fugitivo. Porque en el
inmenso océano de las conversas
nos encontramos ya perennes
ya dóciles o indemnes, como
cigarrillo prendido en las labios
cuando vamos a lavar los trastes.
No obsta la fuga de lo cotidiano
para el ensamble de tormentas lacrimosas
ni la punta feliz de la mirada obsta
para esgrimir el brillo de las estrellas
todas, arrecifales, celestes, poderosas.
Cuando el insigne manto de los alientos
embalsama el tiempo con su sábana,
que de longeva es instantánea y de locutiva
es vinculante, asomamos al derredor nuestras
ideas y cada mente surca, evocativa,
el intercambio de voces que nos indica
fertilidades, culturas, lazos, los nexos mismos
de la hoguera total, humana, amistosa.