Unos días nos congelan
el silencio y otros nos cobijan
el cielo interno que nos culmina.
Unas veces nos quedamos ciegos
frente a las luces del cielo
y otras nos conquista la observación
de los encuentros con la otredad.
Unas maromas de amor nos envuelven
cuando caemos en el sueño
pero tendemos despreciar el mutismo
del cariño y en el ruido del sentimiento
nos enfrascamos en una pesada marcha
hacia las construcciones inútiles del lenguaje.
Nos esparcimos en los tiempos
consagrando la visión a nuestra
sílaba tonal, pero, si acaso podemos,
una magia nos invoca el destino
y las carnes de nuestra alma se regocijan.
Como mitades de frutas dispuestas
para el almuerzo nosotros sacamos jugo
al espacio interno de nuestro cosmos
para embalsamar nuestra memoria
contra el pelaje audible de la vida.
