Imaginamos que en las cortinas del tiempo
una sombra asoma sus lindes
porque en el asidero fútil de los años
nuestra cabalgata de memoria conspira.

Pero en las siluetas tersas
que de nosotros figuran
en espejismo rotundo comulga
como nosotros en las hogueras.

Nuestro dibujo eterno, el de ser
y estar desprotegidos, el de creer
en poderes superiores, el de asomarnos
por las rendijas de las estrellas
al firmamento, son fabricaciones
que de torpeza allanan los lagos
y las cacerías, los estruendos del mar
y de sus olas, las conquistas efímeras.

Ante las entrañas mismas de la eternidad
nos abrazamos al olvido y en sus fauces
constreñimos las voces que de silencio
arremolinan el paso de la pausa gris.
Como si los vendavales no fueran en vano
el balde de nuestro corazón baldío escruta
entre sabores y recuerdos el elixir mismo
de nuestro ser en el mundo indómito.

Pero la vida, oh vida siempre, atañe
a los impulsos sordos de la instintiva
marcha de ancestros fugitivos. Nos descompone
la pausa gris en sus devenires y los astros
se embelesan contra el efecto reticular de la historia.
Nos incumbe a cada momento el arcilloso
trance de encumbrar un modelo que funja
como señuelo de tristezas y amores,
aunque en la cúspide de los tientos y las caricias
nos escondemos efectivos cuando desnudos amamos.

Hacemos garabatos del croquis del sol
porque en sí no alcanzamos a vislumbrar
los atisbos de nuestras lenguas y en nuestros cuerpos
esculcamos silentes nuestras almas
en busca de un refugio que permita
un día más sobre la faz de la tierra, un día más
que nos induzca a comer y andar y silbar la vida.

Photo by Pixabay on Pexels.com