Lejanas a los distintos espermas
las costas de los silencios
colapsan los escondites del ser.
La espuma de los linderos escribe
lontananzas febriles que se desdibujan
como tiento perdido en la magma sólida
de los espasmos rotos del instinto.
La consabida siesta comulga en nuestro pacífico
tiento porque al final esgrime la faz rotulada
de los miembros ciertos del firmamento.
Como si acaso necesitáramos la faz
audita de los constrictos puños
un halo de firmeza nos define cuando evocamos
silentes las caprichosas cascadas del desconsuelo.
Nos cobija el aliento de los peces en la lúgubre instancia
pero necesitamos algo más que señuelos y voces
porque al final nos escriben las vidas de otras latitudes
y nos embelesan las señales propias del destino.
Como si no fuera suficiente nos empacamos los años
en el arrabal de l desdicha y quedamos truncos como troncos
por la mestiza fórmula de recordar todo el tiempo
la savia firme de la informe cordura que nos atañe.
