Pasan las tempestades sígnicias
al plano de los arribos
como lentejuelas brillantes
pasan al brillo de la decidida
afrenta y como árboles torcidos
nos crispan las manos y los ojos.
Estas mareas simbólicas
nos emergen en el tacto
porque al final de los silencios
nos desfiguran las bocas y los astros.
Quemamos los linderos propios
del tejido cultural
que nos desenvuelve como abejas
en el trémulo vaivén del sentido.
Nos esgrimen las fosas comunes
de las décadas y los ancestros
porque al final del túnel
nuestra voz es un imán
que surca los indómitos territorios
de la mansedumbre y el esclavismo
a la letra y su fonética.
Deseamos terrones de vida y en el cisma
de los paradigmas nos impelen
las costas marchitas del alfabeto
que son inservibles mecanismos
para registrar lo que no podemos conocer.

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