La vida académica está cifrada en logros, publicaciones, méritos, trabajos, clases y cursos —dados y tomados, toda una serie de lo que Darnton llama oficios intelectuales que desde el humanismo hasta el siglo XIX tuvieron una desarrollo, pero que con el cambio industrial, científico y técnico que avasalló las líneas de progreso modificó sustancialmente los estudios y aplicación de los conocimientos sobre lo humano. La realización de la episteme que Foucault atribuye a un esquema no lineal de saberes que operan en ciertas condiciones históricas parte también de diluir las causalidades y ofrecer rutas de interpretación de los hechos que trastoquen los juegos del lenguaje de Lyotard. Es esa edad contemporánea, entre los siglos XIX y XX, esa dualidad mitificada en su modernidad —que no en sus modernidades—, la cual impone una lógica que también va segmentada a partir de los modelos comunicativos, universitarios, editoriales, pero además políticos. En esa medida cuando me ofrecí al estudio de Ignacio de Luzán en 2008, además de atravesar por una crisis personal, me encontré con el hecho de que carecía de los conocimientos suficientes para adentrarme en su estudio. Esta carencia, que nunca subsanaré pues siempre hay vacíos y huecos de información que no pueden conocerse exhaustivamente, representaron mi segundo fracaso universitario en la disciplina de lengua y literatura. En ese sentido, mi gremialidad como historiador tampoco es unívoca ni unidireccional o lineal, aunque me empeñe por hacer cronologías (autobiográficas y de mi personaje de estudio). Porque finalmente en el hacer con las palabras, eso que la antropología cultural desarrollo muy concretamente a partir de la escuela norteamericana del relativismo histórico, es que comenzaron mis inquietudes lingüísticas. Cuando en el año 2001 presenté mi primer ponencia sobre arte y cultura, me encontré con la recomendación escolar del Curso de lingüística general que hasta ahora no he revisado exhaustivamente pero que sí valoro y asumo, en ese proceso de las escuelas de escuelas, de la escoalaridad, de las formas en las que se expresan los pensamientos y las observaciones de los actos humanos. Del estructuralismo me convencí muy tempranamente de estar superado cuando en el 2001 también leí El final de los grandes proyectos en donde quedaba plasmada la plurivocalidad postmoderna, el fin de una teleología y metafísica unívocas y totalizantes, cuyo punto de partida son los meta-relatos. Y ahí me fui embrollando mucho con el punto de vista semiótico de Geertz que no profundicé aun siendo hijo de una antropóloga. En cambio me enfrasque en una serie de lecturas poco aptas para el estudio disciplinar antropológico, lingüístico-literario o intelectual. Porque al final me escondí en lecturas de psicoanálisis y muy tarde encontré que mi verdadera vocación era el estudio de los hechos humanos en el tiempo.

¿Qué es una crisis epistemológica? Una crisis del saber, una imposibilidad de acercamiento a un problema, objeto de estudio, tema de investigación. Una crisis epistemológica que no me permitió comprender que en el terreno de las humanidades y ciencias sociales las disciplinas están entrecruzadas más allá de definiciones epistémicas clásicas. También me he enfrentado a muchos vacíos formativos, a poco diálogo, a muchas formas restrictivas de lo académico. Pero me mantengo firme y consciente de que mis intentos e investigaciones, son novedad tal vez sólo para mí. Y en ese tenor mi crisis del conocimiento de 2008 se extiende, se prolonga, se añade, a mis esfuerzos por encontrar un gremio de actuación y diálogo. Ahora mi gremialidad se ubica en las disciplinas humanas y eso marca un sesgo de generalidad que ahonda, eso sí, en la dimensión temporal y verbal, en la explicación que busca construirse como filología, dentro de un vacío de información o la falta de una consabida asesoría. Fue hasta enfrentarme a la tesis de historia, con una cierta primaria comprensión de la historia intelectual y cultural, pero también económica y literaria, que me encontré con los estudios de Esther Martínez Luna sobre el Diario de México a inicios del siglo XIX. Seguí varios de ellos en mi trabajo de análisis de una república de las letras, otro elemento conceptual entendido primariamente, como vertebración y estructura del conocimiento hasta por lo menos finales del siglo XVIII. Comprendí entonces que el vacío historiográfico al que me había enfrentado al buscar las huellas de Luzán y su historia en México estaba siendo atendido por Martínez y otros especialistas, pero que yo me encontraba ya, con un tiempo de juntar documentación y hacer lecturas, aunque dispersas, en mejores condiciones frente a mis primeros intentos por explicar o entender el tiempo histórico de la obra luzaniana. Y de la crisis epistemológica surgieron interesantes herramientas, particularmente digitales. En primer lugar el conocimiento y uso del Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española de la Real Academia, las búsquedas de materiales digitalizados, sobre todo por Google, que me permitió conocer los impresos antiguos del dieciocho de forma directa, además de la cada vez más apabullante documentación de crítica e historia literaria sobre Luzán y su sopesarlo como hombre de letras. En esa dirección no había advertido, cosa que ahora tengo mucho más consciente, que existe un proceso académico hispanista en el cual Luzán figura como un elemento importante, pero que gracias a las reediciones de diversos de sus trabajos, necesariamente era propio estudiarlo. ¿Cuál sería la novedad? La dimensión trasatlántica: Luzán en Nueva España-México como uno de los conjuntos paradigmáticos, de tendencias y estilos, de modas y elaboraciones propias de esa república de las letras mexicana que se expresa nítidamente en el Diario de México. El problema entonces estaba planteado por la tradicional querella entre identidades en oposición y por el interesante campo de estudio de las relaciones México-España, abierto para mí en ese punto. Al ingresar al doctorado en 2017 había hecho algunas exploraciones documentales en la Hemeroteca Digital de la la Biblioteca Nacional de España y logré plasmar distintos elementos para aproximarme a mi análisis. Pero el posgrado ha sido fructífero en la medida que me ha permitido profundizar en contexturas, conjuntos de libros, hechos históricos y fuentes documentales, entre otros elementos, de lo que puede ser una historia bi-continental de Luzán: en España y América. Macro historia que se restringe, para fines metodológicos, en la concreción mexicana hasta la revolución de 1910.

Así, de la crisis epistemológica, del posestructuralismo y la postmodernidad, del análisis literario e historiográfico, ahora mi intento está definido por este proyecto que defenderé en el Colegio de Michoacán. La crisis del saber, la crisis de la comprensión, del horizonte de enunciación que representa el ser de Luzán, me han permitido abrir un camino de apoyo a un trabajo gradualmente especializado, con una capacidad de articular materiales digitales e impresos, con la búsqueda en distintos catálogos y fondos (aunque se traté de búsquedas internéticas), que van permitiendo construir algo propio, dentro de los rangos de una historia cultural. Veremos si podemos llevar a buen puerto el desenlace de esta investigación, en proceso y de muchas formas creo, necesaria.

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