Dentro de soplos
atisbar la marcha
de los ausentes.
Lánguido trance
el esperma roto
quebrazon de silencio,
mutismo de aliento.
La lóbrega faz
de los instintos
domina el aire,
cuando caemos al tiento
del aposento: poltrona fértil
llanura de misterios
el espejismo cruento
de la realización. Longitud axiomática
de los mantos rotos
porque la seña
del prometernos esconda
la luz de las entrañas.
Y en el acuoso respirar
de los adentros
maremagnum despreciado
el abismo cierto
de todas las imágenes
de la memoria.La cúspide escribe
en nuestro sombrero
la faz misma del sentido
y el ser envuelve una cobija
en el terreno fugaz llamado
deseo. Por las rendijas del soplo
nuestro aliento cabalga silente
entretejiendo la lóbrega marca
de la ausencia y en el ápice rotulado
dentro de camas rotas y famélicas
las doncellas representan
un atisbo de fe que desboca
el lirismo estruendoso del ayer.
Los años marcan sigilos
que la imágenes rompen
porque al finalizar los siglos
nos encontramos
milenarias explicaciones del sentido
que es más que sintagma
y rotura de las almas querubines
del más allá, del más acá.
La demencia circunda los paladines
del desconsuelo en ese trance
que es comulgar con el olvido
porque al finalizar la escena
de los anfitriones
los atisbos certeros de la memoria
esconden rendijas para otras cornisas,
más que las de la ausente marca
de los omitidos. En el sentido y signo
de las escuetas lluvias, nos columpiamos
porque al final de todo
seguimos siendo niños
en el almacén roto de los testimonios.
