Cuando la faz de la luz
escribió con sus tintas
los bordes del ser
lánguidas estructuras
colapsaron entre los cielos.
El territorio de los astros
conquistó entonces
sus formas narrativas:
líquidas figuras imantadas
al sentido simbólico
de las quietudes y las voces.
Dijeron ser y luz, creció la vida,
los cúmulos de materia,
la dichosa palabra del significado.
Una totalidad hace semblanza
de las estrías eternas en la historia
y los ensuciados tercios
de manantiales lingüísticos
guerrearon con el absorbente
mecanismo del olvido.
Esto que llamamos límites
esconde las esfinges torcidas
que son nuestras palabras.
