En el tacto del silencio
la encrucijada torpe
consagra el calor
una capa absorta en la cima
del dintel espiritual que me significa.
Lazo imantado el espejo
conquista locuaz esta marea
contrasentido envuelto
de vendaval la cúspide
indigente, calorifica
escena, mutismo derruido
entre sabanas insignificantes.
Una poltrona derivada
me invade como ápice de viento
marcando el camino adusto
del callejón luminoso,
acuoso, tórrido y esbelto
que es mi boca en sentada
en la retícula eterna de un instante.
Meticulosa tejedora, embustera, arácnida
la mirada envuelve el humo que es armonía
contra los huellas remotas de una visión
escondida en la paja de mi aliento
porque al finalizar el corte
de la Luz indemene en mi interior
el horizonte comulga como sinuosa
marcha de años y segundos
con el torbellino de imágenes y recuerdos
que queda abierto al compás
posterior a la tormenta. Y en ese impulso
de abarcar la esfera de una partícula
de vida y esencia singular
pierdo mi mirada en el cielo
para encontrarme con sus orillas
que me definen lo infinito
en el rabillo de mi vista.
