Realmente cuando desconoces los lugares comunes pagas el precio de ignorar las elaboraciones interpretativas de épocas que dan fisonomía a visiones previas de los acontecimientos. Cuando desconoces las tradiciones que componen los trayectos de formas genéricas como construcciones de personajes, de obras, de ideologías de de escuelas, pagas el precio. Pero también pagas el precio cuando te alejas de tus contemporáneos que sí conocen, leen, discuten y comentan, esos lugares comunes. Pagas el precio de desconocer, de ignorar, de no insertarte en los cánones de valor que son atribuidos al gusto predominante. Esto además de relacionarse con el campo literario, con la construcción de las formas “innovadas” de las obras literarias y con las renovaciones institucionales de las escuelas creativas, tiene que ver con el indiscutible afán gremial de la literatura, dividida, eso sí, en dos corrientes antagónicas, claramente discernibles, una literatura de raigambre académica, analítica y crítica, frente a otra literatura, de raigambre creativa, también crítica pero no atada al acartonamiento judicial de los institutos educativos superiores.

Pero también se paga el precio cuando se busca algo más que la especialización en género alguno, cuando se exploran las dimensiones del polígrafo. La especialización por géneros literarios es otra de las formas en las cuales esta elaboraciones de los lugares comunes o de los cánones o de las trayectorias hacen de los “creadores” escritores particularizas: ora poetas, ora narradores, ora cuentistas, ora novelistas, ora prosistas, ora ensayistas, ora dramaturgos. Y se pasa por alto la dimensión compleja del acto escrito, la dimensión abarcadora del acto de la escritura, ya no nada más de lo literario, en su sentido moderno y romántico, sino en su sentido clásico, como la forma misma del arte de grabar con el estilo el alfabeto en una pieza externa materialmente. En esa forma, lo escrito no puede reducirse a la dimensión estética del lenguaje, a la función poética del mismo, que muy bin estableció Jakobson. Porque es claro que desde el avance del Curso de lingüística general y las escuelas del Círculo Lingüístico de Praga y del Formalismo Ruso, los cambios en las concepciones literarios fueron decisivos para implementar otras definiciones del acto escrito y de la literatura.

Entonces, cuando se exploran las dimensiones de la poligrafía se paga el precio. En principio porque nutrir un universo cultural multigenérico implica un esfuerzo avasallador. En segunda porque al ensanchar la definición de literatura es más complejo asumir ya no solo las dimensiones estéticas y expresivas, retóricas y estilísticas, del lenguaje, sino también, sus dimensiones comunicativas, discursivas, hermenéuticas y de orden de lenguaje de segundo grado. Pero, además, desde mi perspectiva, y también pago el precio por eso, no solo la poligrafía y lo multigenérico sino lo multidisciplinario socavan mis esfuerzos por dar cuenta de mis expresiones escritas.

Por todo esto, pago el precio. Porque para la construcción de mi discurso, para el ensamblaje de mi pensamiento, para la ideación de mis expresiones, hay una complejidad que se moviliza en torno a una serie de elementos no simples ni avecindados en límites claros ni reducidos, sino en robusto ámbito y terreno humanista, en una dimensión abigarrada, neobarroca, de territorialidades profusas y amplias, de horizontes que trastocan barreras como dije de múltiples escrituras, múltiples géneros, múltiples disciplinas. Y por eso, pago el precio.

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