Soy un residuo del siglo XX, un epígono de su tiempo, un epifenómeno de sus últimos vestigios. Heredero de la psicodelia y el pop beatlemaniaco, de los Stones y esa esquizofrenia generacional sesentera, de una falaz escucha de Clapton, Hendrix, Feeltwood Mac, Janis Joplin, Savoy Brown, tantos más. Un refigurado confuso, intruso dentro de los agitados momentos e instantáneas de las latitudes que demarcan los estilos y las modas de The Band, los ires y venires de Elvis, de The Platters, the James Brown, tantos otros. No puedo trazar genealogías ni escuelas, familias, estilos, porque al final me ubico e inserto en los lugares comunes, en Donovan, Bruce Springteen, the Animals, War, Eric Burdon, mucha cosas más. Porque al final mi clásica influencia rockera queda ya desvanecida con Zepellin, con Pink Floyd, con tantas otras formas ya trascendidas, con muchas otras historias y formas que ahora ya parecen rancias elaboraciones, pero que son clásicas.

Pero también del rock en español bebí, muchas cosas del sur, de España menos, pero también. Ese oleaje crítico, influido por tantas voces y latitudes, políticas, musicales, culturales, en el criollismo musical latinoamericano: argentino, peruano, chileno, colombiano. Grupos juveniles, grupos de culto, autores individuales, estrellas, generaciones de poetas, músicos y locos, fresas, suaves, rudos, tímidos, extrovertidos, líricos, entre un gran sin fin de creadores.

Álbum Little Fury The Breeders