Hay quien vive una vida sin tantos contra tiempos ni dificultades, que no se hace embrollos ni se mete en problemas inútiles. Hay personas que intentan tener una vida sensata y razonable, que entienden que vivir requiere voluntad, producencia, sabiduría y que de frente hay retos y circunstancias adversas. Al final el asunto es para otros, como yo, involucrarnos en experiencias extremas, radicales, que rompen los ciclos, que nos orillan a los márgenes (sociales, afectivos) a ser transgresores. El estigma es real para mí desde hace muchos años, desde niño creo yo.
Muchas de las personas con las que me he relacionado en la vida y que tuvieron alguna influencia o permanencia, importancia o relevancia en mi espacio-tiempo han ido desapareciendo: familia sanguínea, amigos y contemporáneos, familia no sanguínea, vecinos, personas. Y es todo una forma de desmigarme, de encontrarme ya distante de esos espacios y núcleos de identidad que en otros tiempos me dieron cobijo y sostén. Pero al final se trata, más que de una identidad fija y móvil, de desapego y de un sentido de no pertenencia, de una saberme no ser parte de ninguna lado, de ningún grupo, de no pertenecer.
Esa ambigüedad conflictiva, ese no saber de dónde soy, de no poder definir mi identidad, mi ser, mi ontología de forma simple, no poder entenderme, comprenderme, asumirme, es parte de este desmigarme, de este desunirme, de este desidentificarme. Pero en muchas formas es como descomprenderme, fragmentarme y desconstruirme, desunirme, en lo individual y en lo colectivo. Más aún en tiempos de pandemia, en estos puntos en los cuales no hay forma de establecer lazos sociales materiales, formas de vínculos carnales, experiencias de convivencia real, cuando no hay tipos de relaciones estables y todo se ha convertido en una intermediación. Pero también, en ese sentido, es la pérdida y el abandono de lazos y vínculos, de relaciones con seres y personas de otros tiempos y momentos, la melancolía y pérdida de otros tiempos, como aquel año 2002 cuando los amigos de Xalapa creyeron de mi que quedaría loco y me abandonaron o simplemente siguieron con su vida. Esos tiempos de otras vivencias y otros caminos, de otros sentimientos, de otras experiencias y otros momentos, de mi trauma, que ahora no es referente a mi capítulo metodológico de mi tesis doctoral, que tenía que ver con relacionar metedológicamente el absurdo de Camus y el absurdo de Don Jaun Matus de Carlos Castaneda, en una forma de reticular, ensayísticamente, los accidentes de las nubes.
Es la acumulación de vacío, de golpes, de silencios, esos recuerdos de inmensos abismos, donde estuve solo, donde nadie estaba a mi lado, solo demonios, negruras, absoluto vacío, negrura, vacuidad, fantasmas, oquedadades, ruidos, delirios, alucinaciones, todo fue un derrumbe tras otro. Pocos estuvieron ahí para acompañarme, para preguntar y seguir a mi lado, amigos que ahora ya no están presentes, que han seguido pero se han ido o que ya no están. Otros han vuelto y aparecido en una circularidad extraña de la vida, otros vuelven, intentan regresar, se van de nuevo. No es lineal la vida, no es cíclica. Para mí siempre ha sido complicada, quizá era menos complicada cuando era atleta y deportista, pues únicamente tenía que usar el cuerpo, nada más, correr lo más rápida, patear lo más fuerte, ser lo más ágil, saltar lo más largo y alto. Ahora no.
Pero bueno, esta desamistad, este desamigarme, es como encontrarme fuera y dentro de ciclos y espacios que son ajenos y propios a elementos que componen instancias cercanas y lejanas.
En cierta forma, también, me desamigo porque me reamigo y al final uno no puede estar solo, aislado. Hoy extraño.