Un mal viaje de LSD despertó en mí una violencia épica, una épica monstruosa, delirante, psicótica. Viajé a Japón y compré este enorme Compact Disck mezclado por Ko Kimura. Lo escuché de inmediato, me gustó mucho, suave, delicado, sofisticado, elegante. Más que el suceso del evento psicótizante, lo interesante es que me hice de una serie de discos que fueron cruciales, Montaña Rusa de Los ladrones, Lady de Modjo, un par de Radio Head, entre ellos ITCH, varios otros. Mis incipientes viajes turísticos se convirtieron en adquisiciones musicales extranjeras. Junto a este de Ko Kimura adquirí uno de Dj Shinkawa que le regalé a Mateo Aranda, que era más furioso y vertiginoso, que me dijo le gustó. Pero al final no pude tener una buena experiencia con la música electrónica, no soy un hombre de este tiempo, en absoluto, me considero un anacrónico, un anacronismo. Eso sí, una especie de imposible prematuro digitalizador, pero obviamente un simple precursor de nada ni de nadie. Aunque al final el disco de Ko Kimura es uno de mis discos preferidos, una de mis joyas.
MI viaje a Japón fue decisivo para mí. Enloquecí y entendí muchas cosas, fue complemente fuerte, en extremo. Pero la música que adquirí, que mucha regalé, como a Ximena Veras, el disco de Radio Head, fue lo mejor que hice. Desde el evento psicotizante, mi voluntad comenzó a dirigirse a algo que sabía era inalcanzable, absurdo, inútil y torpe, que no tendría sentido y que no sería alcanzado. Al final fue así, fue simplemente una comprobación que costo, dolió y hizo padecer mucho. La experiencia de eso ya fue superada, ahora escucho a Ko Kimura de otra manera. El trance japonés es una rica beta que me quedó de esos años, de lo poco que me ha quedado de esa miserable juventud de aislamiento, delirios, y cosas tan rudas, tristes, ensombrecidas y ruidosas. Ahora que otra vez hay en Tokio un evento global, ahora postcovid, imposible no comparar lo imcomparable.