El 23 de julio de 2006 visité la exposición de Juan Soriano en la Pinacoteca Diego Rivera de la ciudad de Xalapa y escribí un reporte com parte de una actividad escolar universitaria. El reporte es el siguiente:

Hoy he asistido a la exposición escultórica del artista mexicano Juan Soriano en la pinacoteca Diego Rivera de la ciudad de Xalapa, quedando verdaderamente sorprendido por aquello que mis ojos han presenciado ¿Qué es lo que ahora puedo decir? Sus formas volátiles (y voladoras), son evocaciones de un cielo en otros tiempos próximo. Aquel cielo en el que alguna vez vivió la especie mitológica de la que nosotros somos también un recuerdo viviente.

Pareciera que sus aves, sus dinastías de seres ambivalentes, polimórficos, navegaran entre praderas de nubes accidentadas por el propio vuelo animal, como si dibujaran en el cenit las formas húmedas y soporíferas de la existencia. En el mejor de los casos, la sorpresa es inevitable, en el peor de ellos, habría que ser muy severo con la crítica para no apreciar el valor estético y la profundidad, que trasciende todo concepto, de la obra de Soriano. No es que intelectuales como Poniatowska o Monsivaís reconozcan el valor, no es que ahora en Xalapa podamos gozar de un espectáculo como este (el parque Juárez en el centro de la ciudad se encuentra sometido al motín artístico de las piezas de Soriano), es sencillamente observar, sentir la fuerza creadora de unas manos que para bien y para mal, hoy son motivo de un homenaje merecido. Manos que han quedado plasmadas en el tiempo, que recurren a los diseños aéreos de un personaje que devora la atención tan sólo con sus magnificas esculturas.