En marzo de 2002 me fui con Mateo y Ricardo a comer peyote a San Luis. Regresé fulminado y clavado con una rola de Gustavo Cerati, el tema de Tabú de su disco Bocanada. Me la pasaba entre Xalapa y Ciudad de México, mercando marihuana, envuelto en una imposible concepción de lo sano. Deteriorado, leyendo a Camus y a Castaneda, intentando ver lo absurdo de la vida como metodología para escribir, me pierdo en el tiempo y en el sentido mismo de las cosas. En abril de ese año fui a un rave de Shiva Chandra y Alien Project, comí un ácido, un Greatfull death. No volví a ser el mismo. Había un movil erótico nunca realizado en ese viaje, que se extendió a la cargazón, un evento muy fuerte, de incomprensión y mucho roce, de muchas formas no aptas de ser en el mundo.
En mayo de 2002 antes de irme al mundial de Corea/Japón el supuesto primo de Mateo, David, nos consiguió un ácido lisérgico plasmado en la imagen de Bart Simpson. Yo comí uno de sus pies. Pero desde el rave del 13 de abril me había obsesionado con cortejar a Dariana. Nada que se haya logrado. Al final mis inquietudes lectoras me habían orillado a la profecía celestina y mi idea de cortejar a esta chica, que vivía en León, fueron algo que me hacía pensar en ella como alguien no sexual, aunque me sentí profundamente atraído por ella en ese aspecto. Todo fue un mal entendido y una desilusión, de la cual la cagazón fue parte. Una dificultad para dialogar, para decir lo que sentía, para expresarme, un quedarme en el viaje del Greatfull death, en ese amanecer cuando bailé con todo mi alma. Quizá el punto en el cual pude encontrarme con el espíritu de Ignacio de Luzán, cosa de un misticismo propio muy dudoso. La cagazón fue un encerrón en el departamento de Etiopia con Mateo, Body, Ricardo, Duglas, la hermana de Ricardo y una amiga suya, junto con David, mediado por la ingesta de LSD con la figura de Bart Simpson.

Los eventos de la cagazón ocurrieron en Cumbres de Maltrata, muy cerca del metro Etiopía. Yo no sabía cómo decirle a Mateo que quería cortejar a Dariana, mis planes al respecto eran nulos. Todo había sido un malentendido cuando su novia, Mariana, me dijo de ella. Todavía tuve una oportunidad de ir a Guanuajuato acompañando al embajador de Israel para conversar sobre el problema con Palestina antes de viajar a Japón, pero no lo hice, no tomé la iniciativa de Mateo, no volví a ver a Dariana, se volvió un enigma para mí, un mito. En la cagazón hubo música trance dura, ácido lisérgico de Bart, baile,confección de modas con bolsas de plástico, hubo muchas cosas. Yo estaba desbordado, imposible de seguir. Todo fue para mal, mío sobre todo. Yo tenía la intención de ligarme a Dariana, pero no decía nada, no podía hablar, estaba obseso y en trance. Entré en un viaje muy profundo desde que fuimos en marzo a comer peyote. El viaje del Greatfull death me significó una entrega absoluta de la cual no me recuperé. Todo estaba roto en mí.
El departamento de Cumbres de Maltrata había sido obtenido por Mateo, quien estudiaba física en la UNAM. Eric estudiaba biología en la UAM, junto a Ricardo. Yo estaba de alumno no inscrito en antropología en la UAM. Gradualmente todo se fue alejando, todo se volvió violencia simbólica, se volvió incomprensión, se volvió una forma de no poder comunicarme con los otros. La noche de la cagazón bailé mucho, como queriendo y deseando que Dariana estuviera ahí, como buscándola, porque dentro de mí eso era lo que quería. En vano, todo fue. No pude transmitir mis deseos, mis intenciones. Pero eso sí, me fui a Japón. Al regresar Mateo me envió una especie de meme donde Batistuta cobraba un tiro libro con una barrera de mujeres porno, como diciendo, te fugaste cobarde. Al final a Dariana no lo cortejé, no la vi, no la toqué, no le hice el amor, no tuve nada con ella. Es el más grande amor imposible de mi vida. Años después traté de conocerla pero mi mal criterio no lo permitió. Todo fue un desangrarme físico y mental, un destruirme, una orillarme a vivir algo que no podía manejar. Al final Dariana tuvo un hijo, me parece que va a cumplir 15 años. Debe ser feliz, se salvo de mí. Nunca entenderé lo que ocurrió entonces, lo que había velado, lo que había entre líneas, lo que no se decía. Nunca supe ni comprendí que pasó. Al cabo de los años me enfrasqué en estudiar a Ignacio de Luzán, nacido tres siglos antes de mis eventos ravers del 2002, de ese abril negro.

