Ellas fueron mis compañeras, mis perrihijas, mi motivos para hacerme cargo de ellas con responsabilidad hasta su último tramo de vida en 2019. Rita, la muchachona tipo labrador sin manchas, Wachapiye, me la regaló una querida amiga, Claudia, en 2005. Pasamos varios años difíciles porque tenía una sarna hereditaria por una deficiencia inmunológica, que se resolvió hacia 2009 cuando ya era adulta y había tenido sus primeros celos. Pero fue crítico tratar ese tema, requirió alimentos especiales, tratamientos veterinarios, cremas, shampoos, un sin fin de cuidados. Al final lo logró, salió de su mal. Lucha, en cambio, se metió por una rendija a mi casa y la adopté. Ella no tuvo problemas de salud sino hasta el final de su vida, en 2019, cuando perdió la vista y comenzó a tener una serie de conductas autoagresivas derivadas de eso. Pero se metió a mi casas en 2012, más o menos, y fue una linda y hermosa perrita que ladraba mucho y se dejaba querer.
Lucha, la manchadita, fue importante como compañera de Rita, que la trató en principio maternalmente, pero después estuvo un poco celosa de ella por cómo la trataba yo. Entre roomies, cambios de personas, visitas, hasta mi mudanza a la ciudad de Zamora en Michoacán en 2017, Rita y Lucha estuvieron siempre bien cuidadas, atendidas, queridas mucho por mí, muy consentidas. Eran bañadas, comían muy bien, a veces les hacía caldo de hueso y les daba higaditos de pollo. En aquellos ayeres tenía un excelente jardinero que tuvo un desenlace desafortunado, Don Marcelo. Y cuando me vine a Zamora a estudiar mi posgrado en El Colegio de MIchoacán se quedaron al cuidado de Citlalli, mi amiga del alma y hermana que tanto quiero, quien se ocupó de cuidármelas junto a mi casa.
Volví a Xalapa en abril de 2019, todavía alcance a estar con ellas unos pocos meses. Lucha al parecer perdió la vista poco tiempo después que yo llegué, pues cuando bajaba las escalares de mi cuarto topaba con la puerta del baño de abajo. Creo que fue algo degenerativo un alguna enfermedad que no pudimos detectar a tiempo. Murió en agosto de ese año y Rita se puso muy triste. En octubre, el día del cumpleaños de mi papá, murió Rita, más vieja que Lucha, más aguantadora, pero triste, sola. Al final la enterré en mi jardín, con el entonces galán de una amiga que me fue a visitar para darme las condolencias. Ambas, Lucha y Rita, fueron importantes para mí vida, para mi desarrollo como ser humano, para mi identidad como protector de perros. Fueron también las experiencias de operarlas para que no tuvieran perritos, cuidarles su primer celo, atenderlas, bañarlas, darles de comer, que no los faltara nada, aunque bueno, uno siempre tiene pendientes cuando se va por la razón que sea. Al final, pude volverlas a ver a mi regreso a Xalapa y fue bonito compartir con ellas esos últimos meses de su vida. Las recuerdo con todo mi amor, con todo mi cariño, las extraño, no las olvidaré jamás.
