Mi autoetnografía no restringe las voces de su narración, es acumulativa y se ensancha. Hay en la historia de mi familia materna el mito trágico derivado de la muerte de mi abuelo, Luis Urías Belderráin. La Escuela normal de estado de Chihuahua lleva su nombre. Un hombre singular, que no conocí más que por escasos relatos. Peculiar, inteligente, agudo, mordaz, crítico, mi abuelo materno asemeja la fuente de todas las discrepancias entre sus hijos, sus nietos, sus descendientes. Pionero de la educación, traductor, intelectual, genio en la Chihuahua de la primera mitad del siglo XX, estudiado ya profundamente por algunas autoras, este señor fue quien le dió la vida a mi madre. Adorada de él, heredera de él, continuadora como educadora en universidades y centros de estudios, mi madre es el único engranaje sólido con mi abuelo. Ya la profesora Carmén Blázquez de la Facultad de Historia de la Universidad Veracruzana en una clase había increpado: ¿qué puede haber en Chiahuahua? mientras que todo lo que hay en Veracruz es inmenso. Pues bueno, en Chihuahua hay un ejemplar del libro más caro de la primera mitad del siglo XVIII, La Poética o reglas de la poesía en general y de sus principales especies del pensador español Ignacio de Luzán. Tarea para un posible investigación más a fondo, este libro, que configura mi hacer académico de muchas formas, se encuentra en Chihuahua, no que yo sepa en Veracruz, ni mucho menos en la capital veracruzana, tan culta, excelsa y rimbombante para la profesora Blázquez.
El abuelo Urías fue beneficiado por una beca de Francisco Villa para estudiar en la escuela de ingeniería forestal de Chapingo en 1923. Mi madre estudió etnología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia en 1969. Yo estudié historia en la Universidad Veracruzana en 2012. Vario pinta cronología de los rezagados, retrasados e inferiores norteños, según el relato de la profesora Blázquez. Pero ahondar en el legado de Luzán, otra cosa claro está, ha sido parte de mis aportes al conocimiento cultural mexicano. El libro del que habló parece fue legado al Instituto Científico y Literario de Chihuahua hacia 1860, aunque cabe investigar de dónde provenía, aunque mi intuición dice que pudo ser parte de la biblioteca del convento jesuita en San Felipe del Real Chihuahua. Al final, lo curioso es que un hombre como yo, investigué una obra que muy bien pudo conocer su abuelo en el Chihuahua de los años 30. Libro que deriva en la flagrante propensión colonizadora hispánica, la modernidad borbónica del siglo XVIII. Libro que sería una muestra clara de los alcances de la cultura hispánica en el septentrión novohispano. ¿Qué hay en Chihuahua y no en Xalapa? La poética de Luzán en su edición de 1737.
Pierdo mi tiempo asumiendo una postura crítica ante el criticismo de la profesora Blázquez, tan hiriente, mutilante, ramplón y autoritario, cuando ella no sabe de Chihuahua ni su intención es otra que la de promover una visión maniquea de las cosas. Su portentosa labor académica queda cuestionada cuando intenta demeritar por razones históricas y culturales un sitio que en su agenda académica no tiene sitio. Pero así es como funcionan y operan las redes académicas, por el estudio de centros y lugares comunes, pocas veces visitadores de zonas periféricas o transgresoras. Al final, los juicios de una consagrada profesora sobre el menosprecio de Chihuahua no dicen más que su conjunto de prejuicios sobre dimensiones históricas que no conoce por completo. Pero eso sí, su autoritarismo y su determinación en ámbitos académicos son elementos sólidos de su quehacer académico. En cambio uno, con esta genealogía que ningunea la profesora Blázquez, con este origen, con este significado cultural e histórico propios, encuentra la magna obra de Luzán en Chihuahua. ¿Cosa simple, baladí, insignificante? El trabajo de Luzán debió pasar por Veracruz puerto y Xalapa entre 1750 y 1840, pero ¿por qué está en Chihuahua y no puede rastrearse en Xalapa? Tarea para una investigación.
Al final, uno como simple estudiante, como simple oriundo, como simple lector, baja la voz frente a las autoridades, frente a los catedráticos, frente a las vacas sagradas, pero es claro que no siempre tienen las de ganar en su haber. Si esto no fuera suficiente, los relevos generacionales hablarán lo más que sea posible sobre los injustos posicionamientos académicos de nuestros presente. Más mal que bien, uno no puede dejar de mencionar que en el trayecto a la consagración académica hay más injusticias, agandalles y desprecios, de lo que se imagina.





