Se enciende la turbina. Doce, como los meses del año, los signos zodiacales o las horas del reloj; doce entre cuatro, como las estaciones, los elementos, los puntos cardinales o las casas de la luna. Tres: Padre, Hijo y Espíritu Santo; Origen, Mediación y Finalidad; Infierno, Purgatorio y Paraíso; Torre, Caballo y Alfil. Siete días de la creación; astros y dioses que los rigen; siete sellos del Apocalipsis. “Todo movimiento se completa en seis etapas; el séptimo significa retorno”, dice Barrett en The Piper at the Gates of Dawn (1967).

En su álbum Dynamo de 1992, Soda Stereo nos sumerge en un embudo, un cono invertido en movimiento que es justo cómo los cartógrafos de la Edad Media habrían dibujado el Infierno de Dante. Sólo la música puede doblar los oídos de Plutón, implacable devorador de almas. “Voy a entrar, dejémonos caer”, canta Cerati, nuevo Orfeo, a la cueva que está por mostrarle todos sus arcanos. La inmersión es primero lenta, casi involuntaria, pero el cambio de ritmo y la vuelta al inicial nos anuncian un viaje progresivo.

Y si después de andar

de tanto andar,

estás en el mismo lugar…

Sal del camino,

toma la ruta, será diferente,

nos dice la voz guía al ingresar a la segunda esfera, consejo que bien valdría la pena recordar para inmersiones futuras. “Una flor, otra flor”, pronuncia el maestro y la realidad es creada; el cuerpo se ha dejado caer en el círculo más hipnótico, el avance por repetición, espiral:

Una flor…

otra flor…

Una causa…

un efecto…

Energía…

misteriosa…

Al soltar mi cuerpo en remolinos,

resplandor…

¡Las tres y cuarto! Cerati niño dándole a la guitarra en su cuarto nos despierta del sueño dentro del sueño y, alquimia del verbo que acompaña el traspaso de estación, el “florecer” de la última línea del cuadro inicial se trasmuta en “fluorescente azul” que baña los sentidos, bocanada de espacio germinal para la nueva floración.

Mayo, el mes más ardiente, es por ello propicio para bestias de fuego: salamandras y pequeños dragones que cruzan el círculo en busca de éxtasis inmediato, pero que a menudo son repelidos por una fuerza cósmica que los obliga a recorrer toda la esfera para seguir avanzando:

Camaleón, nos quedamos solos;

camaleón, juntos somos como un templo…

se lamenta el rey ciego después del naufragio, convertido en arpista ahora que este instrumento ha sido lo único que lo salvó de morir ahogado. Canta ahora, rey sabio, sus propias desventuras:

Yo también pagué placeres ciegos

y no quiero ver

la luna roja

sobre el mar negro.

Es peligrosa.

Te hace mortal.

El oleaje, símbolo de nuevo cambio estacional, nos engulle ahora hasta sus más recónditas fosas submarinas, pero incluso esta inmersión no es abrupta. Comienza con un disiparse del humo, nostalgia de la estación anterior, y le sigue un encantamiento:

Poesía circular,

pez espada;

puedo verla de perfil

ondulándose en el mar…

¡Las siete treinta y cinco! Esta vez nos despierta un ensayo más numeroso de instrumentos en el cuarto del artista. Hay un nuevo invitado: un sintetizador, un microorganismo que se expande y se contrae, y así avanza, hasta haber duplicado toda una realidad:

Es como ser ameba,

ni anverso ni reverso:

la ilusión eterna de que te vas

y te vas

repitiendo.

La caída es libre entre el octavo y el noveno círculos, o bien en las alas de una quimera:

Bajo esta piel,

que estoy mudando,

encendí un amanecer

que no para de crecer…

Con el sol de abril,

y sin saber por qué,

estoy sudando en nuestra fe…

El tercer cuadrante se va diluyendo mientras caemos sin fuerza de gravedad, puestos de cabeza y vueltos a poner en pie por una deidad arbitraria, manifestación de la polaridad: lo que en el hemisferio norte es octubre, en el sur es abril; las diez cincuenta de la noche son las dos y diez de la tarde, ¿o las cuatro y veinte de la mañana? El punto de arranque es punto final, pero igualmente mediación, tercer término que nos saca del círculo y nos eleva en espiral.

Bola blanca girando en hoyo negro, la salida no ha sido a plena luz, sino en medio del bosque casi a medianoche, donde acaba el reino de Neptuno e inicia el de Plutón, quien se ha conmovido con nuestro canto y nos ha dado a cambio, no a Eurídice, sombra ya del inframundo, sino las dulces aguas de su olvido:

Me embriagué hasta el vacío

con tu miel venenosa;

fuiste mía, y el hastío

nos llevó al desengaño.

Y eso pasó, fue.

Fue.

El despertador de las seis, rock en su más plena luz, nos ha traído por una afortunada diferencia horaria a la realidad de las siete, donde todo es ya celebración:

Conocer

tu medida

en mi medida.

Acariciando

diferencias

siempre vamos

a encontrar

figuras,

texturas.

Las 7:35 de la noche, hora de apagar los instrumentos y terminar la función. El último en irse a casa, por favor, no olvide bajar la palanca del generador.

[Switch off]