Tal vez sea una fruta podrida en este árbol genealógico que me rompe todo el tiempo. Unos por aquí, otros por allá. Al final me fincó en el tremendo hecho del aislamiento. Tuve mis fanatismos también, hoy ya más dispuestos como admiración de vetustas formas. Dedicar una vida a otra vida es dejar de vivir la propia. Hubo un tiempo en el cual no podía hacer nada. Lo único que me abrió un sentido de identidad fue escribir. Horrible, como siempre, por cierto. Desde ese momento mecanografío una especie de ser en el mundo con voces oscilantes. Y no puedo dar santo y seña, con pelos y señales, de todo lo que pudiera escribir. Soy autófago. No tengo imaginación. Carezco de técnica. No soy un gran lector. Me falta rigor y disciplina. Soy un irreverente. Como dijo Reyes en El deslinde confundir los límites de las ciencias es desfigurarlas. Bueno, eso, mi posmodernismo negado, mi apolitismo, mi traumatizada esencia. Finalmente no importa mucho. He hecho muchas cosas, algunas buenas, otras no tanto. En 1997 presenté mi primera tesina. Uno después otra. No pude entender que entonces lo que me soportaba era la presencia de mi madre. La extraño. Al final me cuestionaría de cualquier modo. Yo no soy de su tribu, como ella misma me dijo. Pero desde que no está no puedo evitar mi ruptura con mi padre. Cosas más o menos. Siento también mi falta de familia como una falta de identidad. Pero la familia elegida. En todo caso no estoy siendo parte de nada. Nada más mecanografío. Luego mis devaneos grandilocuentes de querer criticar lo incriticable. Así, necio, terco, obtuso, fastidioso.

No leer a Marx ni a su escuela. No leer la Biblia ni su escuela. Vamos no ser ni de oposición ni del poder. Siempre ambiguo, rebelde infantil, sin sentido. Un mal interpretado anarquista. Un desobediente lambebotas. Un miserable contradictorio. Más que las experiencias de autores y obras, de relaciones y amistades, de momentos y pasatiempos, de viajes y ciudades, soy un autómata, autodenigrativo, despilfarrador. Ya mi hermano Luisa se ha encargado de dar el contra peso de mis conductas criminales en mi infancia. Un mal tipo, un mal hermano, un mal hijo, un mal amigo, un desprovisto de humanidad. Pequeños detalles o como dije hace casi 24 años tengo atrofiada mi manera de sentir.
Terapia puede ayudar. Pero soy el malo de la historia, desde que nací, generando envidias, rencores, recelos, separaciones. Sí, una terapia podría ayudar. Pero no, mejor dedico mi vida a un hombre lejano, innecesario. Dedico mi vida a mecanografiar. Todo contradicho, contradicción viva. No importa si hay o no lectores, si hay no incidencia, si hay o no necesidad de mis “confesiones”. Ya estoy achacoso, encaneciendo. No tengo hijos, ni he dado clases ni he creado escuela. No aporto, no construyo, no promuevo, no hago más que mecanografiar. Como dijo Guillermo el francés en Ventanilla hace 21 años, debí haber estudiado teología. Nada de eso. Solo mecanografiar.
