
Desde una trinchera que el mismo se adjudica, la no-ficción, Jaime Garba encubre en su narrativa hechos vigentes en las realidades zamoranas. En esa medida, su lenguaje y novela simboliza un relato no ficcional refuncionalizado para sí hacer ficción con los hechos ocurridos. Un insólito asesinato acompañado de una extraña confesión son las anécdotas que componen el origen de la trama. Intercalación de tiempos, voces, personajes, evidencias, la urdimbre que recorre estas páginas persigue motivaciones humanas muy a tono con el sensacionalismo periodístico. Entre imágenes y eventos que parecen de nota roja, las composiciones anecdóticas de esta narración son igualmente fundantes de una secrecía que elide el tejido de lo específico.
Un joven músico asesina a una mujer de alcurnia en un evento donde éste ejecuta piezas musicales de Bach. Antes de eso confiesa a uno de los asistentes al show su intención. Desde ahí Garba despliega un sincretismo minucioso y detectivesco en ese hombre que funge de objeto de la confesión. La trama nos lleva a la historia de una mujer caída en desgracia desde muy temprano en su juventud, trastocada y convertida en una tiránica líder de un asilo para niños. En la historia los personajes centrales se intercalan con personajes menores, a veces cómplices, a veces salvadores, a veces emisarios, a veces haciendo peticiones. En su composición estructural hay un cosmos de tiempos, un ir y venir de formas centradas en los personajes, prolepsis hacia el futuro, analepsis hacia el pasado. Sin un lenguaje rebuscado sino muy bien selecto, bajo una confección que denota un estilo propio, esta primera novela de Garba mantiene una voz propia, un sólido trabajo de arquitectura narrativa, un entramado de hechos, circunstancias y situaciones, que dan a su novela un toque universalista y un toque particularista. Como buena obra narrativa el relato describe y atraviesa momentos de climax y anticlimax, de tensiones y descubrimientos, para mostrar el camino que conduce al detective del joven asesino, asesinado después por la policía, al elucubramiento del trasfondo del móvil de ese músico, el Kiko.
Despuntando características y rasgos de los personajes es retratada una institución de asilo para niños sórdida, bajo el mandato de La Mera, esa mujer desgraciada y mancillada en su juventud, secundada por el Charo y toda una serie de prácticas truculentas, denigrantes, violentas, impensables cuando de cuidar niños se trata. En ese marco —de una hostilidad innecesaria y una sobre vivencia injustificada— el Kiko conocerá a el Cerillo y tendrán una fuerte amistad para mantenerse lo más a salvo posible en ese infierno: Nuevo Amanecer. En los detalles de cada relato, de cada personaje, de cada momento, nacen y brotan las más fuertes pasiones humanas: venganza, terror, justicia, criminalidad, amor, desgracia, soledad, abandono, tristeza, opresión, violencia, entre un caleidoscopio emotivo que fragua el decurso de la narración.
El detective, Mario, sujeto de la confesión del Kiko antes de asesinar a Giorgette la dama de la High society, indaga, averigua, investiga, busca hacerse comprensibles los hechos. Renuncia a su trabajo, renuncia a su pareja, renuncia a su tranquilidad y paz para ofrecerse un vehículo extraño de la historia de Kiko. Hasta hacerse familiar a los hechos y estar a punto de asesinar a La Mera, con el Cerillo a quien encontró en Jixtlán en una zona periférica, Mario se conoce con Mimy la hermana del Kiko y comienza su iniciación en los vericuetos de un enredo multiforme. Mario así vive una iniciación en los lúgubres y sinuosos caminos del andar del Kiko y el Cerillo, lee las cartas que el Kiko envió a su hermana mientras permanecía en el infierno de Nuevo Amanecer. Los detalles de una psicología de la muerte, hacen oler a la novela a muerto todo el tiempo. Una necropatía, una pasión por lo muerto, está vigente, como tensión de algo que se esta acabando desde el comienzo y que al final parece terminar de la forma más absurda posible, pero en clave mortal.
Atrevida, con un estilo sobrio y un manejo apropiado del lenguaje, multifocal, por momentos esperpéntica, otros más angustiante, la mayor de las veces inquietante, ¿Que tanto es morir? me parece un ejercicio literario sólido, con una excelente construcción de personajes y de la trama, en un estilo que merece ubicarse en una de las posibles ficcionalizaciones de las realidades. En tiempos de la posverdad y del antiacademicismo creativo esta novela permite hacer comprensible aspectos de la degración humana que nos tocan por donde se mire. Sobria, elegante, bien confeccionada, es una novela lograda en sus recursos, su lenguaje, su estructura, sus tiempos y personajes.
