Me mantengo en una torre de marfil digital, entre paredes, rigurosamente aislado. Poco salgo al mundo. Perdí contacto con la naturaleza, perdí razones de usar el cuerpo, aunque a veces lo hago. Me encuentro con estos ires y venires, recuerdos y momentos de visitas a exposiciones. Mi quiebre esquizoide entre una ser individual no es remisible. En ese tenor toda mi vida he estado escindido, partido, fragmentado. Pero me agrada el intento por ocasionalmente visitar alguna exposición museográfica. No soy tan sabiondo de la alta cultura ni tan erudito, no soy tampoco plenamente adscribible a la cultura popular. Soy una mezcla de ambas y de muchas otras. En sí, estoy con ese tono caótico propio, sin asidero ni rumbo, en una búsqueda que no tiene principio ni fin, ni orden o claridad. Pero me satisfago construyendo relatos de otras vidas y otros tiempos con vestigios y testimonios de visitas a espacios, lugares, tiempos y momentos.

Soy un hombre de pocos museos, pero aquí hay unas huellas de una visita al Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México. Tal vez ahí allá algo más que meros retratos inertes, un poco de esta vivencia agobiada que saco en ocasiones, pero que es más que un tedio vital.