Lo busqué en Facebook y en Google y topé con su sitio web. Mi amigo que en el año 2006 me dio hospedaje en su apartamento en La Habana, Abel, triunfante historiador y crítico del régimen castrista en la isla. De ahí se derivó mi escrito sobre la Cuba de postal y la Cuba profunda y real, un escrito que Omar Piña incluyó en las páginas del suplemento Laberinto del periódico Milenio cuando operaba en la ciudad de Xalapa. El reencuentro con Abel, que se empareja con el de Héctor hace poco tiempo y con quien fui a Cuba ese 2006, marca una incrustada memoria, febril y radiante, de grandes momentos. En ese entonces me dedicaba a investigar y descubrir la vertiente de estudio del erotismo, sin mucha idea de lo que me interesaba hacer en la vida académica, antes de que conociera y tuviera contacto con la obra de Ignacio de Luzán, ese neoclásico que no sé cómo fue que logré estudiar.
Abel fue un compañero magnífico en la isla, conectado a mí por intermediación de nuestra amiga en común, la antropóloga Patricia Ponce Jiménez. En aquel viaje, con rasgos de fiesta, rumba, ajetreo de ideas y lecturas, regalé a Abel algunos libros de antropología mexicana, le obsequié un disco de Tin Tan y me parece que otro de la Máquina de hacer pájaros de Charly García y esa banda excelsa de los setentas. Pero Abel me enseñó el acto de sobre vivencia en Cuba, una cuba que estaba entre el fin del castrismo biográfico y vital, con esa radio reloj tan precisa y con todo un vuelco político. Me enseñó a comer frituras de malanga, me hizo amarillo, fuimos en su viejo auto soviético a Varadero, trabamos una amistad genuina y ampliada.
Por ahí entre este reencuentro y los años lo encontré alguna vez en Xalapa e casa de Paty, con mucho cariño, un momento muy breve. Los años no pasan en balde y con este tema de la pandemia encontrarme con Abel es un manantial de posibilidades, sobre todo de alegrías. Cuando me despedí de él me regaló un disco con un combo de música cubana de muy buena manufactura y que me potenció mi cariño a la isla, ya no por el mito de la revolución, sino por la calidez y el esfuerzo de vida que el pueblo cubano emprende día a día. Después supe que Abel había sido censurado en la isla, pero que había seguido estudiando y que estaba en tránsito a una vida mejor. Me agrada mucho que este hombre, quien me instruyó en X Alfonso, Habana Abierta, Polito Ibáñez, entre otros cantautores cubanos, haya continuado y persistido con sus proyectos académicos, críticos y de cuestionamiento.
Al final, agregué una liga a su página web en los recursos virtuales de este Códice Digital para no perder de vista su actividad y mantener el contacto.
La alegría se potencia escuchando “Son iguales” de Habana Abierta y remitiéndome a esos cafés fuertes, azucarados y potentes, con uno que otro vasito de ron y eso sí, mucha plática entrañable.

Qué bonita crónica, Rómulo, y muy significativa para mí, que también conocí a Abel en ese diciembre de 2006 en La Habana
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Un placer saber has pasado a leer por aquí esta semblanza. En el instante de redactar fuiste presencia. Gracias también por dejarme tu comentario.
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