Toda inmoralidad cuenta una historia oculta y una explícita. El inmoralismo es un regurgito de pieza dislocadas en una irrealidad interior que se proyecta al mundo. Cuando nos detenemos a observar los niveles de inmoralidad en los ambientes del poder (cortes, séquitos políticos, clientelismo, entre otras de sus formas) es indisociable de una soporífera amalgama de conservadurismo. La inmoralidad no dispensa su uso como mecanismo de rebeldía, usurpación, sátira, crítica y puesta en duda de los cánones morales. Cuando por ejemplo en la Amsterdam de Pierre Bayle exista una profusa y proclive literatura erótica y del acto sexual en el siglo XVII. Los libertinos franceses eran al mismo tiempo sendos moralistas, como La Fontaine o La Bruyere. La Academia Francesa es igualmente del siglo XVII, como la Royal Society de Londres.

El inmoralismo asumido como defecto espiritual y vital limita su concepción y no hace comprensible el fenómeno en sí. Lo inmoral, como el paseo de Cerati, transfigura la realidad de las cosas. El dualismo lógico moralidad/inmoralidad elabora conjuntos actitudinales, personales, emocionales, conductuales, que remiten a lo lícito e ilícito en ambientes de ideas, prácticas, representaciones y contextos de sociabilidad.

Las formas del moralismo histórico cambian y permutan valores, axiomas y patrones de conducta y ser respecto al orden social, los estamentos y divisiones de clases sociales, los niveles de educación y las rutinas urbanas. Esto no significa que el inmoralismo depende de las conductas urbanas, pero sí que se relaciona con ellas.

Lo inmoral depende de las normas y los reglamentos que están dados en una sociedad definida históricamente, en un espacio delimitado, en una serie de relaciones y vínculos definidos. Lo inmoral no se restringe a las formas mediante las cuales se pone en duda el estado de cosas predominante, exclusivamente, sino que también representa una salida al constreñir de los preceptos y las normativas.

Más que una simple manera de disponer lo aceptable y lo inaceptable, el inmoralismo también representa una faceta o vertiente pocas veces digna y pública, pues al final moverse en lo inmoral es igualmente se transgresor y romper las normas. En esa medida, el inmoralismo intelectual representa una actividad que denuncia los cercos de la racionalidad, como lo fue la psicodelia, pero desde horizontes culturales ampliados, innovadores y de rechazo de las conductas aceptables socialmente. De ahí, entonces, que un inmoral intelectual sea alguien que diga lo que otros no dicen y haga lo que otros no hacen.

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